Opiniones sobre Mea Culpa

¿De quién es la culpa de tan poca destreza en el guión, habilidad en el recorrido e ingenio en las formas?
Porque la imitación a lo Charles Bronson pero en cutre, con su constante y cansina actitud de autoflagelación, de no merezco ser féliz, sólo ser un desgraciado por los tiempos de los tiempos de Vincent Lindon, supuesto valedor protagonistas, no atrae ni interesa, ¡no dice nada!, más bien.
De hecho, es más interesante Gilles Lellouche en su papel de leal y socorrido amigo porque, al menos, mueve un poco el argumento y despierta mínimamente tu atención, consigue que al menos no te duermas.
Aunque, por otro lado, está la destartalada carta final, inesperada jugada maestra con la que intentar sorprender y darle la vuelta a todo lo conocido hasta entonces que, aparte del recurso triste, patético y fuera de lugar, es un truco evidente de no tener claro nada de lo realizado hasta entonces de modo que, me saco ese conejo de la chistera sin-ton-ni-son y sin-venir-a-cuento para impactar y hacerme con la audiencia por si el espectáculo no ha estado animado ni ha funcionado -que no lo ha hecho- porque el camino hasta el momento ha sido débil y decepcionante, blando y escaso porque, aparte de las cuatro escenas de acción, cuerpo a cuerpo con golpes rotundos, directos y de gran firmeza, el resto es un andar por rellenar sin fuerza, carisma o la agresividad necesaria para mantener tu atención y apresar tu espíritu.
Abusa de la oscura y supuesta cautivadora ambientación, de la debilidad explicativa del oponente, su evolución consiste en un escaso y poco imaginativo anda falto de ideas, frescura y pasión, únicamente se dedica a seguir los puntos estratégicos básicos aprendidos por cualquier novato de guionista que quiera escribir un intento de relato de acción con el que empezar a coger experiencia.
Ausencia de garra y entusiasmo, de potencia efectiva, de sabiduría para explorar lo planteado, para sacarle todo el partido, no basta con un padre afligido y sonámbulo que abandona su voluntaria desgana en aras de proteger a su amado hijo, no basta con correr y pegar cuatro tiros, no basta con un malo malísimo y un bueno buenísimo y un final inesperado de sobrada presencia, es necesario más consistencia y motivación en las escenas, más brío y coraje en la actitud, más valor presencial y una penetrante evolución y no un mero aquí-te-pillo aquí-te-mato.
Vamos muy mal así si en el género de las películas de acción éstas se conforman con ser tan flojas, ligeras y endebles pues consiguen levantarte de tu asiento pero..., para ir a buscar palomitas y, al menos, ambientar con más sabor y gracia este entretenimiento medio de diversión justa.
Ya que has olvidado la incertidumbre y el fervor, la fantástica atracción instintiva, ofrecer palo y caña masiva, el placer suculento de impartir justicia, el seductor encanto del héroe que aniquila al villano, el regocijo de una persecución intensa y dinámica..., al menos construye un personaje con esmero y dame un actor que llene la pantalla, que sacie las ganas de acción, vigor y energía y no crees ofuscación e inapetencia por seguir unos adivinables pasos de memoria consabidos.
Mea culpa es la penitencia recordatoria que tiene Fred Cavayé ante tan malograda inspiración, tenue empeño, escasa aspiración y mínimo convincente resultado.
El hipotético atractivo imán ha resultado tener sus polos poco imantados, evidencia de una descarga magnética que se suple con un simple corta y pega para salir al paso.