Todo queda en el camino
por Carlos LosillaA primera vista, Deuda de honor podría asimilarse a las películas que empezó a hacer Clint Eastwood a partir de Sin perdón (1992). Tenemos en ella esa vocación revisionista respecto al género del western de la que el propio Tommy Lee Jones ya echó mano en Los tres entierros de Melquíades Estrada, su primer largo, quizá demasiado dependiente del plúmbeo guión escrito por Guillermo Arriaga. Pero también transmite, sobre todo, esa sensación de que el director está pasando revista a su carrera, lanzando la vista atrás, y desea que su rostro se convierta en icono de la cierta decadencia de una cierta manera de hacer cine, por otra parte ya muerta y enterrada. Estoy convencido de que Jones no es Eastwood, por supuesto, y de ahí también que la propuesta se resienta: ni el actor de El fugitivo ha significado nunca lo mismo para la historia del cine americano como el protagonista de Harry, el sucio, pongamos por caso, ni su evolución resulta tan fulgurante.
A ello hay que añadir ciertas dudas que emanan del desarrollo argumental, supeditado al tratamiento del personaje de Tommy Lee Jones. Mary Bee Cuddy (asombrosa Hilary Swank), una mujer que vive sola en los confines del Oeste, no ha podido nunca encontrar un marido. Y quizá por ello se propone ayudar a unas cuantas muchachas maltratadas por sus esposos y llevárselas al este, en un insensato viaje que pretende atravesar medio país. En esta estrafalaria misión la ayudará George Briggs (Jones), un truhán vagabundo al que salva de morir ahorcado, al principio reticente con las intenciones de Cuddy, luego cada vez más implicado en su peculiar itinerario. Por supuesto, Jones realiza una doble operación respecto a su relación con el personaje: por un lado, acude al tópico del “viejo fanfarrón”, simpático y pendenciero, pero nunca de fiar, que no procede tanto del imaginario de Eastwood como de la tradición hollywoodiense; por otro, le otorga una complejidad moral que hace olvidar algunas de las trampas sentimentales en las que, inevitablemente, acaba cayendo. Así, Deuda de honor puede ser vista como una road movie quizá menos sombría de lo que pretende, siempre al cuidado de un personaje al que el espectador se puede agarrar en cualquier momento, como si las penalidades fueran menos en su compañía.
Sin embargo, planteadas mis objeciones, ahora me tocaría añadir que esta película me parece un ejercicio desolador y melancólico sobre el western y sus códigos, además de una parábola furibunda sobre el pasado de América. Pues no lo voy a hacer, miren ustedes por dónde. Prefiero incidir, en cambio, en su rigor ético y estético, tan poco frecuente en el cine americano actual. Más allá de las reminiscencias del cine de Sam Peckinpah o Monte Hellman, incluso al otro lado de esa historia antiépica que se nos quiere contar con elementos en el fondo extraídos de la épica, lo que más me gusta de la película de Jones es que resulte a tal punto poderosa y evocadora en el tratamiento del paisaje y en el ritmo de su itinerancia que ello acaba repercutiendo en una visión sombría de la historia americana, contemplada como metáfora de nuestro tiempo. Si a veces recuerda a Dos cabalgan juntos (1961), de John Ford, o a los pequeños experimentos de Budd Boetticher, no es por su concisión, sino porque el trayecto de Cuddy y Briggs se va haciendo poco a poco más abstracto, más allá del Oeste inmoral que retrata. Y si eso me ha llevado a la sequedad y la aridez de un cierto cine de Ingman Bergman, no es por ganas de rizar el rizo, sino porque viendo Deuda de honor me han venido a la mente tanto el viaje tenebroso de los actores de Noche de circo como el aislamiento feroz de los granjeros de Pasión. En el fondo, Jones retrata un mundo sin piedad que tiene tanto que ver con la historia de su país como con las miserias de la condición humana. Y es así como el punto de vista político y la perspectiva existencial acaban reuniéndose en una mezcla finalmente estimulante, a pesar de los pesares.
A favor: no hay en ella nostalgia alguna del western crepuscular, por mucho que lo parezca.
En contra: Tommy Lee Jones debe desembarazarse de algunas rémoras que todavía le impiden ser el gran cineasta que promete.