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    Fuerza mayor
    Críticas
    3,5
    Buena
    Fuerza mayor

    La vergüenza

    por Gerard Casau

    En la última escena de Fuerza mayor, un grupo de turistas de clase alta abandonan una estación de esquí en los Alpes, descendiendo a píe por las curvas de una carretera de montaña. Forman un grupo numeroso y extraño, incomunicado y al mismo tiempo unido por una circunstancia azarosa, y en su deriva hay ecos del viaje a ninguna parte que realizaban los protagonistas de El discreto encanto de la burguesía.

    Este claro guiño a Luis Buñuel rubrica el trabajo de demolición llevado a cabo por una película con la que Ruben Östlund ha querido inquietar ciertas máscaras del bienestar burgués. Sus métodos (o armas) son los habituales en todos aquellos autores empeñados en hurgar en el pus de las fachadas que aún hoy mantienen el simulacro de respetabilidad del viejo continente: distanciamiento absoluto de los personajes, puesta en escena rígida, humor hierático a la par que corrosivo... Los filmes del director sueco, de The Guitar Mongoloid a Play, parecen nacer con una tesis fija, y su desarrollo no hace otra cosa que corroborar unas conclusiones que estaban claras desde el primer minuto, sin margen para lo inesperado ni esperanza en el factor humano.

    Dentro de los cauces impuestos por esta cruel maquinaria, Fuerza mayor (primer filme de Östlund distribuido comercialmente en España) emerge como su obra más matizada y, con toda seguridad, una de las más logradas. En ello influye el hecho de partir de una anécdota minúscula, visualizada de forma memorable: durante sus vacaciones alpinas, una familia (padre, madre, niño y niña) presencia desde una terraza un alud controlado. El hombre quiere inmortalizar el momento con su móvil, e insta a los demás a disfrutar del espectáculo, pero cuando la avalancha de nieve se acerca peligrosamente acaba huyendo despavorido, abandonando a su prole y esposa. Finalmente, todo queda en susto, pero la cobardía del patriarca se clava en la memoria de la familia, desestabilizando la concepción que tenían de él.

    En algunos momentos, uno desearía que este drama ridículo tomara una senda más orgánica y libre, sintonizando con una comicidad abierta e incómoda à la Larry David. Pero el meticuloso desgaste al que Östlund somete a sus personajes resulta incuestionablemente inteligente a la hora de repartir golpes equitativamente (ninguna criatura sale bien parada en el examen moral de la función), e incluso depara algún punch inesperado en forma de abrupta (y risible) manifestación de euforia entre machos, o de humillante corrección del ego masculino. Pedazos de patetismo y vergüenza ajena enmarcados en un paisaje níveo, que recorta y abandona a los personajes en un vacío blanco.

    A favor: El jugo que Östlund extrae de una historia mínima.

    En contra: A cualquier espectador familiarizado con el cine de autor, su frialdad dramática le sonará a déjà vu.

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