Todas las canciones hablan de lo nuestro
por Daniel de PartearroyoEl músico y dramaturgo Jason Robert Brown compuso el musical The Last Five Years como una suerte de exorcismo emocional tras la traumática ruptura con su pareja, Theresa O'Neill. Tan cercana a la propia experiencia real estaba el relato de los protagonistas de la ficción, que la exmujer del autor amenazó con iniciar acciones legales si la obra no se cambiaba, permitiendo así cerrar heridas. Al final, el éxito alcanzado por la pieza en el circuito Off-Broadway desde su estreno en la década pasada ha propiciado una adaptación cinematográfica protagonizada por Anna Kendrick y Jeremy Jordan que vuelve a explorar las cicatrices de esa historia de tan intensos como fugaces amor y desamor neoyorquinos.
Tanto la obra de teatro musical original como la película de Richard LaGravenese –experto del género romántico que firmó los guiones de El rey pescador (1991), Los puentes de Madison (1995) o El hombre que susurraba a los caballos (1998) antes de saltar a la dirección con De ahora en adelante (1998)– mantienen la misma estrategia narrativa a la hora de rememorar la relación de cinco años entre el joven escritor de éxito Jamie (Jordan) y la actriz luchando por abrirse camino Cathy (Kendrick). Utilizando exclusivamente canciones –preferiblemente solos, aunque hay un puñado de dúos significativos– como viñetas emblemáticas de los momentos clave de su historia, ella canta el romance en orden cronológico inverso, desde la separación, y él según se desarrollaron los acontecimientos, comenzando por el enamoramiento. De este modo, sus relatos sólo llegan a unirse y armonizarse en el punto intermedio, justo el de mayor felicidad y plena concordancia amorosa de la pareja.
La idea de relatar los distintos estadios de una relación de amor trastocando su orden habitual para buscar nuevos efectos entre las imágenes, rimas, paralelismos o cambios en la óptica causa-efecto no es exactamente novedosa. Películas como Blue Valentine (Derek Cianfrance, 2010) o 5x2 (François Ozon, 2004) ya han jugado a la intersección alterna entre estampas del principio del final o, en el caso del filme francés, contado directamente hacia atrás toda la historia. Los últimos cinco años, lejos de significarse con situaciones novedosas o una caracterización interesante de los protagonistas, sólo moldea superficialmente el relato con elementos indiferenciados del ideal bohemio-gentrificado. LaGravenese filma a los actores en planos largos consagrados a sus canciones, lo que beneficia mucho más a Kendrick –impecable en todo lo que se pide de ella– que, paradójicamente, a Jordan, actor de Broadway al que se nota demasiado exagerado. Como si el continuo canto de sentimientos magnificados no fuera ya suficiente torrente de intensidad.
A favor: La canción de la audición.
En contra: La historia y su dispositivo son bastante limitados; se agotan pronto.