Ya, por nunca más, se oirán sus gemidos y ¡no me refiero al felino!
El asesinato de un gato tendría algo válido de ser contado, si hubiera optado por la tragedia que supone la pérdida de su mascota para quien huye de las relaciones humanas, insatisfactorias y peligrosas, por lo que defraudan y el riesgo que se corre al involucrarse en ellas.
Pero opta por la desfachatez, inmadurez y tontería de treintañero con el síndrome de Peter Pan, cobijado bajo las faldas de una madre que le evita la conexión responsable con el mundo, y que se aferra a su mejor amigo gatuno para esconderse de afrontar la responsabilidad que entraña cumplir años, asumir cargos y andar, por uno mismo, en una sociedad que no sabes qué es capaz de darte pues, aún con todo su esfuerzo, empeño y fuerza de voluntad, puede que nada de ella consigas.
Y, en esta correría de chiflado solitario, que lo único que pide es que los demás acepten y entiendan la importancia de su dolor y pérdida, y la necesidad imperiosa de encontrar al culpable pues era un miembro de su familia -¿no te volverías loco si mataran a tu compañero de 17 maravillosos años, y nadie se molestara en hallar a su asesino?-, se le añade un paciente oficial, interesado en su abnegada madre, y una atractiva morena que compartía, sin saberlo, su amor por el difunto para emprender una aventura lela, precipitada y no muy ocurrente que le llevará, dentro de su torpeza y bobería a descubrir un oculto entramado de fraude en el barrio y, de paso, la opción de avanzar y poner en orden firme lo que sólo son sueños fantasiosos de quien, en verdad, no desea desplazarse de la comodidad y protección en la que se halla.
Es una comedia muy barata, ligera e insustancial, no solicita atención continúa por parte del vidente, tampoco es que vayas a echar ninguna carcajada; su liviandad permite consumirla sin efecto nocivo, pues el pensamiento ni se inmuta, a menos que no fueras avisado de antemano y esperaras humor en sus palabras, y risas entre sus fotogramas.
Si se analiza es más tragicomedia que otra cosa, pues es un acto vil contra su amigo del alma, y que nadie mueva una mano en su demanda de ayuda le sirve de excusa para salir de su castillo cobijo y enfrentarse a las mentiras, dificultades y crueldad de quien es hallado en su enigmática investigación, así como las trabas, percances e ingenio de superarlas y lograr llegar a la meta con éxito; es decir, dejar de ser un niño grande y ser un heroico adulto, para hallar el valor y coraje de ir en busca de lo que quiere saliendo de su aislamiento.
Sólo que está hecho con muy poca gracia y estilo, opta por lo banal y flojo, en lugar de currarse alguna idea decente para desarrollar su recorrido y rellenar las escenas; lenguaje muy básico para un guión de corrillo, que sólo pretende presentar un gazpacho de personajes de supuesta excentricidad que realmente no levantan gran alboroto, más bien dejadez de una mirada anodina que ¡ya puestos!, por qué no acabarla y ver ¡quién asesinó al famoso gato!
Reina la indiferencia de bajo consumo, dada la bajeza de calidad de lo ofertado; inerte en su resultado, esperanzadora en su intento, de nada sirve esa segunda reseña, de estética indie, si la definitoria sentencia primera la define y aniquila sin condescendencia; increíble que quien filmara “Whiplash”, allá realizado esta bagatela de pasar, un tonto rato, con amigos que animen el cotarro; si estás solo es más que posible que tu mirada no permanezca fija en la pantalla, pues ésta no da para tanto.
Hasta la mediocre distracción posee unos mínimos que se han de cubrir; aquí, el misterioso thriller se convierte en parodia, sin encrucijada, que no aporta nada.
El gato no es el único asesinado; la audiencia tiene alto grado de acompañarle en su fúnebre entierro, dado el fallecimiento de un argumento poco trabajado/apenas elaborado.
Importan tan poco el hecho como su desarrollo, el dueño del difunto como quién lo hizo; la indolencia la definen.
Lo mejor; quiere hacerte gracia y caerte bien.
Lo peor; cuánto más se esfuerza, más lejos está de lograrlo.
Nota 4,3