Música del corazón
por Suso AiraParece que el cine francés ha encontrado la piedra filosofal capaz de convertir cualquier tipo de argumento, por muy banal o explotado que sea, en oro de cara a las taquillas (sobre todo las propias, que conste). Esa alquimia funciona en todo tipo de géneros, pero especialmente en la comedia. ¿Su secreto? Pues algo tan sencillo como mantener la esencia de sus títulos clásicos (y humoristas clásicos) adecuándola a los intereses y gustos actuales.
La familia Bélier no presenta ninguna novedad, pero sin duda ese es el mayor de sus encantos. Con un pie puesto en la comedia popular francesa de los años 40 y 50 (incluso hay espacio para esa suerte de bucólico buen rollo del René Clair más accesible y comercial) y el otro en las nuevas maneras de enfrentarse al humor surgidas de la televisión (Les Nuls aplaudirían la mayoría de los gags alrededor de esa familia de sordomudos tan adorable como tiquismiquis), el film del cuasi debutante Éric Lartigau funciona como un metrónomo a la hora de mezclar risas y alguna que otra lagrimilla. El mayor acierto de la película, que se vuelve más convencional en su parte final con el concurso televisivo, es el de cómo nos presenta a ese núcleo familiar y a la hija cantarina. Como en la catódica La familia Munster, donde la rubia y pija hija NO era la normal del grupo, la diferente es la vástaga que no es sorda ni muda y que encima posee una voz de ángel y un talento de los que harían girar a Alejandro Sanz, Antonio Orozco y Laura Pausini en nuestra edición de La Voz.
En esa festiva celebración de lo diferente triunfa La familia Bélier, en ser capaz de hacer chistes (alguno bastante y sanamente políticamente incorrecto) sobre personas con minusvalías (así, en cursiva) y en ser capaz de transmitir lo que significa, lo que es la música, a quienes no pueden escucharla, pero sí sentirla. Hay, además, una trama concursil tan simpática como previsible que no molesta, una Karin Viard tan agradecida por poder hacer la payasa como Monica Vitti cuando huñia de los Antonionis, y una fórmula de producto para todos los públicos que, sinceramente, me da mucha envidia… Y más que debería darle a nuestra industria.
A favor: el instante en que los padres oyen la canción de su hija.
En contra: es un producto que no quiere arriesgar en nada nunca.