Acabo de ver Star Wars: Episodio IX: el ascenso de Skywalker, y aquí va mi reseña sin spoilers. Es, cuando menos, una buena película, llena de virtudes y sólo algún error que muy fácilmente puede ser olvidado. Vuelve a recuperar, sobre todo en la primera parte del metraje, ese equilibrio entre gravedad, acción y sentido del humor de las originales, pues la Fuerza la acompaña. Es una película tan merecedora de cerrar la saga, que por fin he apartado ese pensamiento que tuve no hace mucho: de los episodios VII y VIII, lo mejor, la presencia de Oscar Isaac.
Empecemos, pues. Acción, tendrás la que quieras; bellos momentos emotivos que no dan vergüenza ajena por exceso de azúcar, algunos; objetos y personajes de la primera trilogía para los nostálgicos, sí, pero calzados con gracia, a diferencia, desde mi punto de vista, del episodio VII. En este apartado del círculo que se cierra, cabe destacar (además de la presencia de algunos actores) una escena calcada de El retorno del Jedi, pero no diré cuál. También encontramos algo muy logrado que profundiza en la conexión entre Rey y Kylo Ren: si en los episodios VII y VIII vemos su intensa unión telepática, aquí avanzamos un paso con el traspaso de ciertos…, muy bueno J.J. Abrams. Por fin se desvela el origen de Rey, y el destino de Kylo y Rey queda plenamente manifestado, bravo. Y la Fuerza, siempre la Fuerza. Si uno de los aciertos de Rian Johnson fue aportar algunas frases y escenas que añadían explicaciones sobre esa energía “misteriosa que todo lo envuelve y rige el destino de todos los seres” (algo muy parecido dice, de manera descreída, Han Solo en la película de 1977), aquí se añaden elementos que no sobran, y en lo visual, las potencialidades de la Fuerza quedan retratadas mejor que nunca. De verdad, ¿vas a perdértela? ¿Vas a atender a las críticas antes que al amor? Es lo que yo iba a hacer, no pensaba ir a verla, pero aquí estoy escribiendo estas palabras, y doy gracias a la Vida por ello.
Por cierto, Rian Johnson dirigió hace algunos años una muy buena película, digna para todos los amantes de la ciencia ficción (“ciencia ficción” se escribe sin guion; “guion”, sí, se escribe sin tilde) e incluso para los que no lo son: Looper.
Más cosas: buenas interpretaciones, personajes nuevos muy bien creados estéticamente —no da tiempo para desplegar un poco más sus personalidades—, y una épica que no veíamos desde esa gran drama de la segunda trilogía (siguiendo el orden cronológico terrestre), Star Wars: Episodio III La venganza de los Sith. Sobre esto último, épica y drama, podemos ver el mensaje de las óperas de Wagner, liberación a través de la redención por amor: todos podemos hacerlo, hay perdón y progreso para todos, un nuevo principio. Porque el poder y la sabiduría de mil generaciones de Jedis se encuentran en tu corazón, y esta película te lo mostrará. Por eso nos encontramos ante una obra de arte como Dios manda, mensaje sin almíbar, algo que nos ayude a ser mejores, como la música de Mozart.
Ya termino. Es evidente que todo cambia, y que Abrams no es Lucas ni Kershner (director del Imperio contraataca), y es nuestro deber dejar un espacio que impida que reclamemos a esta última trilogía lo que nos dio la primera. Son distintas, y algo aportan las tres últimas, sobre todo este episodio IX. Si tuviera que hacer una crítica global a la más reciente trilogía ya concluida, diría que es la menos apta para niños, la más violenta y con menos inocencia, pero vaya, son los tiempos modernos.
Estoy convencido de que esta película se revalorizará con los años, mi enhorabuena y agradecimiento a J.J.Abrams, a todos los actores y al equipo que ha hecho un Star Wars, que por fin, deseo volver a ver de aquí no mucho.