"La Misión" es un brillante y magistral drama histórico, dirigido por Roland Joffé y protagonizado por Robert De Niro y Jeremy Irons. Nos relata la historia de Rodrigo Mendoza, traficante de esclavos que, tras enfrentarse a su hermano por una mujer y matarlo, se hace jesuíta, acompaña al padre Gabriel en la creación de una msión en América Central y hace penitencia subiendo las impresionantes cataratas de Iguazú con sus armas a cuestas. Roland Joffé nos trae esta bellísima película. La música y la fotografía, son los puntos fuertes que apoyan un guión que cuenta una las peripecias más importantes de la evangelización de las colonias sudamericanas. La música, compuesta seguramente por el mejor compositor de bandas sonoras del cine mundial, Ennio Moricone, ganador de dos Oscar es totalmente relajante. Si la música es excepcional, la fotografía es maravillosa, como lo demuestra el hecho de que ganará el Oscar en este apartado. Los exteriores donde se rueda son de gran belleza. La escena inicial en la que el primer sacerdote es tirado crucificado por las cataratas de Iguazú, posee unas imágenes preciosas. El director trata con bastante rigurosidad la cuestión histórica en que se basa la cinta, y la postura de los Jesuitas en el conflicto surgido por la aplicación del Tratado de Madrid, así como el latente problema de la colonización sudamericana con el trato dado a los indígenas.
La película me ha permitido conocer hechos de la historia que desconocía. En primer lugar, la labor evangelizadora de los Jesuitas en Sudamérica mediante misiones, que choca con la creencia general de que la conquista fue a base de imponer a los pueblos indígenas una religión y unas costumbres mediante la fuerza. Al contrario, en estas misiones, los Jesuitas organizaban a los guaranís de forma solidaria, respetando sus costumbres, pero ayudándoles y enseñándoles modos de organizarse para ser más prósperos. Todo ello como mejor modo de transmitirles las enseñanzas de Jesús. Un resumen muy esquemático del film podría ser: “La Iglesia Católica al servicio de los poderosos” o también “Los intereses económicos frente a los divinos. Dios en un segundo plano”. Son frases, como otras muchas posibles, que tratan de compendiar lo fundamental de una película tan hermosa como dura. En las páginas de aquellos libros de historia que abríamos sobre nuestros pupitres, descubríamos ilustraciones donde los clérigos españoles evangelizaban aquellas inhóspitas y recién descubiertas tierras. Nadie nos dijo que aquello fuese una tarea fácil. En verdad no lo era. Tampoco nos dijeron que los conquistadores fuesen hermanitas de la caridad. Se sobreentendía que buscaban oro, riquezas, Dorados, nombre y prez, y en esa búsqueda los arcabuces se llenaban de pólvora y se segaban vidas indígenas convertidas o no.
Todo esto estaba allí, literal o sobreentendido, en los libros de texto, pero lo que no estaba y además era inimaginable para nuestras almas cándidas en formación, era que la Iglesia tomase el partido de los asesinos, de los esclavistas, de los usureros, de los intereses más interesados, en contra de los más débiles. Eso no estaba escrito y además no podía ser. Una cinta que muchos verán ciencia ficción histórica. Otros en cambio pensamos que las similitudes con la realidad de lo que en verdad pasó debieron ser numerosas. Otros acontecimientos como la cruzada contra los cátaros ya pusieron de manifiesto los acercamientos interesados del clero, en sus instancias más elevadas, a los intereses políticos y reales. Las implicaciones del trono de Pedro en acontecimientos de memoria non grata para la humanidad han sido muchas y la imagen de la Iglesia, más allá de beaticas cegueras, ha sido nefasta. Pero aparte de esto, también hay que reconocer la existencia llena de valor y desprendimiento de personas capaces de renunciar a sí mismas con tal de extender la palabra de Dios. Ahora, ayer y en todo tiempo y lugar. En ellos se conservan los principios básicos que inspiran nuestra religión.
Las actuaciones son soberbias, el elenco actoral brilla a enorme altura, por supuesto sobresaliendo sus protagonistas, empezando por Jeremy Irons incólume encarnando al Padre Gabriel, con una labor tanto física como sentimental, es el reflejo de la bondad, de la pasión por la vida, es un idealista que topa con la realidad, pero sus principios no se doblegan, tiene una misión que está por encima de los pragmatismos de los pasteleos Imperiales, detenta una mirada limpia, bondadosa, cuasi-santa. Robert De Niro como el Capitán Mendoza, compone a un tipo que evoluciona desde un esclavista sin escrúpulos, pasando por varias capas emocionales, de rabia, furia, venganza, autodestrucción, expiación de pecados, hasta encontrar un sentido a su vida en la ayuda altruista a los que antes atacó, gran metáfora de sentido de la vida, un hombre con descomunal determinación en todo lo que hace, un trabajo físico sublime, con un lenguaje gestual que destila profundidad, Magno. Hay un tercer vértice que con menos tiempo deja huella, es un admirable Ray McAnally, el intermediario papal, hombre preso entre lo que debe hacer y lo que desearía, emana pesadumbre y hastío, impregna a su personaje un tremendo carisma.
En definitiva, una historia de superación y de fe, que demuestra con elegancia como cada uno tenemos que luchar por lo que es nuestro sin ceder un ápice si la justicia verdadera lo avala. La calidad interpretativa de todo su reparto es impecable. Una de las filmaciones más bellas y aleccionadoras que hayan podido darse en la historia del cine. Una gema preciosa del séptimo arte, que plantea magistralmente el rompimiento entre las más genuinas aspiraciones del credo cristiano, definidas desde la pureza del Evangelio, y la codicia de los sistemas humanos, capaz incluso de permear a la Iglesia y adulterar su naturaleza.