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    Pacific Rim: Insurrección
    Críticas
    3,5
    Buena
    Pacific Rim: Insurrección

    Cancelando el Apocalipsis, parte II

    por Alberto Corona

    Una de las posibles y más indeseables consecuencias de que Guillermo Del Toro haya ganado el Oscar puede suponer su consagración como director “de prestigio”, y automáticamente, el afloramiento de una retrospectiva más sesgada de su filmografía. En este empeño, es fácil que surjan voces reticentes a calificar Pacific Rim como cine de autor, aun cuando el corazón que albergaba, y su voluntad referencial, sean exactamente los mismos que alentaron el solo inicio de su filmografía, y más tarde la incomprendida La cumbre escarlata, y ahora esa La forma del agua que se ha granjeado las alabanzas más unánimes. No era ya sólo que el film fundacional hiciera gala del mismo mimo —que no pretensión de evoluciones o claroscuros— en el retrato de los personajes que Del Toro ha convertido en sello personal; también era la facilidad con la que podíamos imaginar a los robots y a los bichetes como figuritas con las que jugaba en su habitación, de niño, haciendo ruidos con la boca. Lo peor de Pacific Rim: Insurrección, invariablemente, ha de ser que no cuenta con el mexicano tras las cámaras.

    El primer problema derivado de esto es que ninguno de los nuevos personajes tiene el peso ni el interés de la primera generación, de la cual aún quedan supervivientes, sí, pero éstos bastante tienen lidiando con las decisiones más desafortunadas del guión. La forma en que despachan a Mako Mori (Rinko Kikuchi), que era básicamente el corazón de la primera película, bordea lo indignante; la ocurrencia de darle más protagonismo a la pareja de nerds interpretada por Burn Gorman y Charlie Day, que eran básicamente lo peor de la primera película, ya sobrepasa el error de cálculo para abrazar la pifia astronómica. Y en lugar de Idris Elba y a Charlie Hunnam tenemos, en fin, a Scott Eastwood, y a un John Boyega sobre cuyos hombros ha recaído la única esperanza de salvar el espectáculo. Y diablos, lo hace. Este actor británico ya viene demostrando desde Attack the Block que es sobradamente capaz de insuflarle vida a cualquier personaje, por muy vacío que esté —y su Jake Pentecost está vacío en extremo—, sólo a fuerza de carisma, y es en parte gracias a él que esta secuela, sorpresa, se las apaña para ofrecer un resultado tan solvente. Incluso en sus primeros minutos, cuando el peligro de que Pacific Rim derive en una suerte de Transformers amodorrado es más palpable que nunca. El citado comienzo guarda unas enormes similitudes, en efecto, con el de la última entrega de la saga de Michael Bay, quitando toda la morralla artúrica pero conservando el retrato de un mundo arrasado en el que una niña chatarrera (Cailee Spaeny) se convierte en clave para la nueva guerra que se avecina. Es entonces, cuando aguardamos la primera set pièce y nos tememos lo peor, que Steven DeKnight se apresura a tranquilizarnos y dar cuenta de su absoluto respeto por el legado de Guillermo Del Toro. Así, mantiene sus directrices visuales y se esfuerza por que la acción se entienda por mucho metal en llamas que nos esté cayendo encima, pero sobre todo, asimila que lo importante de los Jaegers está en el interior. De hecho, Pacific Rim: Insurrección parte de una premisa simpatiquísima: la conversión de estos mechas en drones sin necesidad de pilotos humanos, que en su maridaje con un eventual regreso de los Kaiju conduce a ideas aún más estúpidas y gozosas. Las batallas, sin embargo, carecen de los golpes de efecto que Del Toro administraba con tanta sabiduría en la Pacific Rim original —como cuando ¡guau, el Jaeger ha sacado una espada! o como cuando ¡toma ya, ese Kaiju es un Kaiju QUE VUELA!—, y lo que es el tema de las tollinas no está servido con la exquisitez y contundencia de antaño, pero se agradece que, antes que disimularlo con un montaje espídico, esta secuela nos permita reparar en lo que nos gusta reparar: que son muy grandes, y se están dando leña. Por supuesto que, llegados a este punto, nos gustaría que el Oscar recién ganado no disuadiera a Del Toro de volver a la saga y marcarse otro Hellboy: El ejército dorado contra los prejuicios hollywoodienses, pero la cosa podía ser peor. Pacific Rim: Insurrección conserva el espíritu lúdico e ingenuo de la primera, y aunque gran parte de su humanidad haya quedado diluida… lo cierto es que al final todo se reduce a, bueno, robots gigantes luchando contra monstruos gigantes que brotan del centro de la Tierra. Si es que tampoco es tan difícil.

    A favor: John Boyega cuestionando en cada diálogo con Scott Eastwood si realmente este actor merece tener una carrera cinematográfica.

    En contra: Un ritmo atropelladísimo que en no pocas ocasiones evidencia lo frágil del andamiaje dramático.

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