50 sombras d'auteur
por Violeta KovacsicsDía tras día, Cynthia le ordena a Evelyn que lave su ropa interior. Que la limpie bien, a mano. Que no descuide ninguna pieza. Porque, si lo hace, le espera una reprimenda. Y así, Evelyn olvida siempre la misma prenda, y recibe su severa amonestación, día tras día.
Bajo esta premisa, la de la relación sadomasoquista entre Cynthia y su amante Evelyn se desarrolla The Duke of Burgundy, de Peter Strickland, una película sobre el afecto y sobre la representación. Cynthia se pone una peluca cada vez que tiene que encarnar a la estricta dueña de la casa que no pasa ni una a su sirvienta. Por las noches, en cambio, duerme tiernamente junto a su amada. En el fondo, todo es una representación, cada una encarna un personaje, cada una pone su cuerpo y su rostro para ser otra. Por momentos, The Duke of Burgundy parece una versión nocturna de la luminosa Céline et Julie vont en bateau de Jacques Rivette, en la que dos mujeres se infiltraban por arte de magia en una casa donde, a cada incursión, se invertían los roles. Quizá por esta vocación de elaborar la idea de representación, la película de Strickland está poblada de reflejos: las dos mujeres quedan a menudo enmarcadas en cuadros dentro de cuadros, que varían según la luz y el movimiento. Constantemente hay espejos y refracciones, de la misma manera que la propia película se mira en la imagen de otras, busca su reflejo en el cine de los setenta.
Los únicos dos hombres a los que apela The Duke of Burgundy están en el título y detrás de la cámara respectivamente. La película no esconde la mirada masculina que ofrece sobre las dos mujeres protagonistas. Es, en cierta manera, la puesta en escena de una fantasía. Quizá por eso, sus imágenes parecen una ensoñación, quizá también por eso sus planos están empañados, se funden unos con otros; y las amonestaciones, los momentos que debieran ser más subidos, permanecen en fuera de campo, se sugieren y no se ven, alimentando así la fantasía.
Elle, la última película de Paul Verhoeven, se abre con el plano de un gato que observa cómo su dueña es violada y que luego se va con felina indiferencia. En The Duke of Burgundy también hay un gato, que a veces mira, que también se muestra displicente. En ambas películas se plantea un juego de representación, la construcción de una relación que dispone roles de dominio y de sumisión extremos. Sin embargo, si en Elle, la presencia de Isabelle Huppert permite cargar el filme de una ironía evidente, que pesa; en The Duke of Burgundy, el poso irónico resulta liviano. Se intuye (en las demandas de Evelyn, en la dulzura puntual de Cynthia) pero no se explicita. Quizá porque esta es una película de fuera de campos, de sugerencias, de caricias antes que de golpes. Es una película sobre el amor y el afecto, construida, sin embargo, sobre una frialdad exquisita pero desapegada.
A favor: Reflejos, espejos y otros juegos de la representación.
En contra: Que ni las actrices ni la puesta en escena logren elevar la voz de los personajes.