"Una día de furia" endulzado, de ñoñería paupérrima al que le han vestido un traje de escote pudiente y color reluciente y de locura frenética olvidada pues hay que volver a refrescar el significado de diversión y entretenimiento válido en el diccionario de creación y dirección mínima para complacer al público asistente.
Angelina Jolie ya hizo, con mayor acierto, su propia versión de presentadora rubia de carrera ambiciosa con un mal día de accidental comienzo cuyos desastrosos enlaces llevan a la ruina y desesperación emocional y a un imprevisto, muy previsto, príncipe encantador al rescate de la bella damisela en apuros.
Aquí, Elizabeth Banks ve la oportunidad de lucir físico y demostrar su valía interpretativa con un filme que sólo la necesita a ella pues se olvida de confeccionar un guión consistente que vaya más alla de la abusiva torpeza de escenas de relleno, una detrás de otra-bulto por atropello-y-tiro porque me toca que, aparte de ser tontas-simples-nimias-llenas de banalidades sin cosistencia, su coherencia es tan vacua y triste que podían añadir las ocurrencias extravagantes que quisieran y haberla alargado todo lo que sus estrechas mentes-poco-inventivas hubiesen deseado -o lo que el presupuesto hubiera dado de si-, amén de unos secundarios tratados con desdén y alevosía -¡hasta Pretty Woman necesitó a Richard Gere más de diez minutos!- cuya presencia sólo es requerida porque la hermosa y reluciente princesa necesita de vasallos con los que dialogar para exhibir todo su potencial de honestidad, sinceridad y buen hacer -no olvidemos que ¡es una buena chica!- y un patoso debilitado discurso final ¡con la verdad siempre se triunfa!, ¡se tú mismo! que suena tan hueco y estéril como todo el meollo presentado.
Y el problema no es que se conozca de antemano el principio, medio y final de esta historia poco original de cutre aventura festiva sino que toda la pretendida diversión de este embrollo armado apenas tiene gracia, chispa, carisma o atractivo, simplemente el saturado ver desfilar la corona, peluca y traje amarillo -con finos tacones ¡por supuesto!-de la reina que pretende conquistar la ciudad y comerse el mundo televisivo arrojada al submundo de los bajos fondos, barrios de prostitución, drogas y vagabundos -¡cuidado que se mancha!- solicitando auxilio para volver a su majestuoso palacio.
Vale como DVD de sábado por la noche cuando la película es una excusa para acercarte a tu pareja y acurrucarse entre sus brazos en la comodidad del sofá, vale como cine de sobremesa de domingo en la tele después de una pesada comida familiar porque necesitas distracción vaga que no te haga pensar mucho ni exiga mucho esfuerzo -incluida una posible leve somnolencia recuperada al instante para continuar sin problemas el trabajoso hilo argumental, ¡ironía!-, no sirve como esfuerzo de acudir a la sala del cine y pagar su entrada porque en los casos anteriores la visionas, la soportas con disfrute interrogativo según apetencia momentánea de cada uno, la superas y olvidas, en el último caso maldices y lamentas tu elección -no importa que más haya en cartel-, has perdido tu tiempo y malgastado tu dinero.
Simple, llana, ligera, un sencillo mirar la caja tonta pues la gran pantalla merece más respeto, esfuerzo y consideración aunque ¡no siempre sea así!
Bebe de muchos clásicos de historias tópicas muy repetidas mil veces vistas pero no sabe confeccionar un estilo propio con todo ello.
No distinguirse del resto en el mundo del Séptimo Arte supone la muerte de tu trabajo, la condena de tus ideas y la ignorancia de tu audiencia.