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    Madre e hijo
    Críticas
    4,5
    Imprescindible
    Madre e hijo

    La Rumania post-comunista

    por Israel Paredes

    Tras la caída del Telón de Acero en 1989 y la muerte de Nicolae Ceausescu, el cine rumano tomó nuevos rumbos gracias a Cristian Mungiu, Cristi Puiu, Corneliu Porumboiu, Cristian Nemescu, Catalin Mitulescu o Radu Muntean, cineastas que no solo han insuflado aire fresco a una cinematografía, hasta ese momento, en la sombra tras haber dejado atrás la nueva ola de cine rumano, sino que además lo han hecho mediante trabajos muy elaborados visualmente, con una abierta mirada crítica no solo a su pasado más reciente (el comunismo) sino también a un presente (democrático y liberal) que se abre lleno de muchas incógnitas y con una apuesta nada complaciente a la hora de utilizar el cine como herramienta para conseguir lo anterior. Algunos cineastas han optado por hacer más hincapié en los años del comunismo, mirando a estos en sí mismos así como rastreando en el presente qué queda de aquello, cuáles son las huellas aún visibles en la sociedad rumana; otros han preferido centrarse en la realidad actual aunque suenen ecos del pasado, el cual se presenta a veces más por omisión que por su presencia explícita.

    Calin Peter Netzer se inscribiría en el segundo grupo como demuestran sus primeras películas, Maria (Maria, 2003) y Medalla de honor (Medalia de onoare, 2009) así como la última, Madre e hijo (Pozitia copilului, 2013). En ésta, Netzer plantea una situación simple en apariencia: un niño de una familia humilde es atropellado cuando un conductor que adelanta a otro vehículo no puede reaccionar por el exceso de velocidad. Al volante se encuentra Barbu (Bogdan Dumitrache), un joven que se enfrenta a una condena de cárcel si su madre Cornelia (excelente Luminita Gheorghiu) no lo impide gracias a que, como perteneciente a una familia muy acomodada, posee los suficientes contactos para hacer llamadas e intentar alegremente sobornar con tal de que su hijo no acabe entre rejas. A partir de este sencillo, y para nada original, planteamiento, Netzer construye una película que se abre en dos direcciones. Por un lado, el cineasta enfrenta a una madre autoritaria, segura de sí misma, que maneja a la familia a su antojo y, si puede, a todos lo demás, frente a un hijo (y un padre, personaje tangencial en la película, carente de identidad, algo totalmente deliberado) sin identidad, hijo de cierta opulencia, que vive en la inconcreción, de manera errática, sin ser capaz de tomar una decisión por sí mismo. Cornelia asume que la condena a su hijo es también una condenada para ella. Durante una conversación entre Cornelia y Carmen, la pareja de su hijo, queda constancia de esa postura matriarcal y autoritaria. Es una madre que quiere salvar a su hijo y Netzer muestra esa reacción como natural, pero la matiza abriendo Madre e hijo hacia esa otra dirección a la que nos referíamos. Porque Cornelia, en su capacidad para, desde una falta total de moral con respecto a los demás, no duda en comprar testimonio falsos o usar sus influencias para controlarlo todo. Así, entre madre e hijo no solo se abre una brecha entre dos personas que afrontan las cosas de una manera diferente, sino que se alzan como representantes de dos generaciones diferentes dentro de un país en reconstrucción. Cornelia, con sus actos, lo que demuestra es cómo en la Rumanía actual el dinero es el salvoconducto, o puede serlo, aunque con ello se haga más evidente la distancia entre brechas sociales.

    Netzer juega con ambas direcciones, las enfrenta; busca que el espectador comprenda a la madre que quiere salvar a su hijo cueste lo que cueste, pero también muestra la otra cara, las formas en que la madre opera y, sobre todo, las consecuencias sociales que puede tener sus actos. Netzer toma distancia, lo cual no quiere decir que no tome cierto partido, pero sus intereses son más observacionales. Por ello opta por un estilo de corte más bien minimalista en el que cada encuadre está trabajado a la perfección, eliminando cualquier ornamento que pueda corromper el trabajo formal. Utilizando la cámara en mano, nos acerca a los personajes, crea nerviosismo, también cierta sensación objetiva, casi documental si se quiere. Hay frialdad en la propuesta, pero una frialdad que busca crear distancia a pesar de que, como decíamos, esa cámara en mano nos sitúe muy cerca de los personajes. Esta dualidad, que se relaciona directamente con esa otra dualidad entre la que se debate el espectador, da forma a la magnífica Madre e hijo.

    Lo mejor: La puesta en escena de Netzer y Luminita Gheorghiu.

    Lo peor: Lo que está tardando en ser estrenada…. y eso que ganó en Berlín.

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