"Una vida de gloria bien vale un momento de dolor" sólo que, ese espacio de dolor y horror fue de tal intensidad, anchura y opresión que, no hay suficientes existencias ni vidas para tanta gloria y honor.
Tanto dolor abruma e inquieta y la respuesta de él ante tal sufrimiento impresiona y sobrecoge.
¡Es desesperante! Primero pasas por la sorpresa de no ser lo que esperas, luego por la pesadez de la primera prueba de supervivencia para, a posteriori, introducirte en la agonía, martirio, asfixia, tortura de su siguiente destino que se prolonga y prolonga y prolonga hasta donde no puedas imaginar hasta, que tus súplicas espontáneas, quejas instintivas, pesadumbre manifestada sin previo aviso más un acorde de sonidos de estupefacción, pena y congoja, manos inquietas, ojos que no quieren ver, oídos que no soportan el schuwisp del látigo, el corte del golpeo, el plas que retumba, la sequedad del acierto, el zumbido de su eco se apoderan de tu incómodo cuerpo que no puede permanecer quieto ni tranquilo y cuya devastada alma se pregunta, de forma incesante, ¿hasta dónde se puede aguantar?, ¿cuánto se puede resistir?, ¿es posible tanto obsesión, malicia, humillación y empeño en acabar con alguien?
"No me mires a los ojos", "mírame a los ojos", "no me mires a los ojos", "¿por qué no me miras a los ojos?" y ese dar vueltas en la noria del infierno, sin escape, sentido, esperanza, control ni opción alguna y a merced del capricho y locura del responsable de esa mazmorra infrahumana donde se encuentra aislado y sometido es la historia de este invencible, nunca mejor dicho, héroe real de nombre y apellidos propios que Angelina Jolie se encarga de retratar con respeto, soberbia, lucidez y gran equilibrio escénico de todos sus ingredientes pues "quien lucha sin descanso triunfa" y, es algo innegable, palpable y sentido con amargura al principio, descanso al final y curiosidad y asombro en los apuntes conclusivos con ese recorrido último que es digno de aplauso que, si algo está claro como el agua y es de obviedad indiscutible es que, esta historia debía ser contada, que no podrás pasar por ella sin emocionarte ni permanecer al margen, que impresiona, aturde y gana en intensidad conforme avanza y, lo que se inicia con pinta aburrida de decepción mínima por ser diferente de lo intuido, finaliza en colisión sublime de emoción atronadora que, cuando ya puedes respirar de alivio ante la buenaventura anunciada, aún guarda un as en la manga sobre la continuación y actitud de este gran hombre, magnífico atleta, corredor incansable y valiente para la posteridad que supo encontrar el perdón y olvidar la venganza.
Louis Zamperini, interpretado por un convincente y diestro Jack O´Connell es lo que realmente importa y con lo que te quedarás en tu machacado corazón después de tanta devastación, pesadez, inquietud e incluso ganas de conclusión, sea la que sea pues pasas por momentos aburridos, de evasión y poco atrape para llegar a otros de inmersión aplastante, malestar torturador y desconcierto de que tal relato sea una historia verídica de un humano al límite de sus fuerzas que siguió de pie y entero a pesar del mezquino intento y obsesivo ataque continuo de su particular agresor.
Triunfo y victoria de la vida narrada con honestidad y serenidad, limpieza y actitud donde la dirección es correcta por su ausencia en el recuerdo de ella, donde el escenario es apropiado para la escenificación de tal epopeya, donde el decorado sirve como instrumento para contar tal gesta y donde, todo pasa a segundo plano pues tu memoria quedará eclipsada por el logro y mérito de Louis Zamperini, artífice sin quererlo ni pretenderlo de una historia fascinante, explosiva, apabullante, agotadora..., si, ya se que hay muchas películas de guerras, prisioneros, campos de concentración etc, etc, etc y que buscar la lágrima es lo fácil en un drama para ganarse al público pero, simplemente, nada de eso pasa aquí pues no es una invención de Hollywood, es realidad pavorosa pura y dura, no hay lágrima sino padecimiento, zozobra, desasosiego y pesadumbre y, todas tus emociones que irán creciendo en magnitud sencillamente surgen, aparecen y ni se molestan en llamar a la puerta para entrar, te inundan y sigues las penurias y avatares de este Hércules del siglo XX hasta que tus ojos, por fin, descansan y leen en pantalla: Louis Zamperini, 1017-2014 junto a la foto del susodicho protagonista indiscutible de esa noche.
Cuando la historia es absorbente, el estrés postraumático está garantizado y todo lo demás se relega a banquillo de suplente; puede llegar a ser monótona, repetitiva, colapsar y pesar pero, éstos fueron los hechos, suya la aventura y su victoriosa hazaña fue resistir, resistir, resisitir para tener una vida y, ¡así lo hizo!