¡Hay, si lo hubiéramos dejado en Blancanieves...!
“Espejo, espejo mágico, dime una cosa ¿qué mujer, de este reino, es la más hermosa?”, pues la verdad no está muy claro ya que, Blancanieves y su malvada madrastra han sido utilizadas de excusa para retratar a un cazador de los espejos, que se hace rodear de hobbits enanos que buscan su propio trono de juegos.
“El amor perdurará”, lema que impregna todo este señor de los anillos, ¡perdón!, señora de los espejos y su estéril conglomerado, que infunde su partida con disposición y ánimo de cumplir con su lustrosa coraza pero que, sin embargo, da lugar a una caótica revuelta, de jugada desesperada y estratagema rocambolesca, de quien reparte cartas, sin ton ni son, y que no convence a nadie y donde, un trampero mentalista enamorado se monta su propia juerga, con esa ocurrencia chistosa y chulesca de quien es guapo, va de sobra y cae bien a todo el mundo.
“¿Tendrás algún plan?” “Si, uno simple”, un duelo de reinas malvadas, mientras el héroe hace un poco el fanfarrón para caer en gracia y se tienen algunas batallitas de decoración, más algún gorila centauro, de fatídico ordenador exagerado, como extra y, mientras tanto, para pasar el rato, su valeroso adalid, única baza con la que cuenta, a sufrir de corazón, a luchar de cuerpo y a presumir de burla simpática en su dicharachera palabra que al final ya tendrá su recompensa pues, no deja de ser un cuento y debe acabar como cabe, con ese conclusivo y esperado..., ¡y fueron felices y comieron perdices!
“Aprende de la derrota..., ¡y tu día llegará!”, y Charlize Theron, como insoportable y envidiosa madre de pega, puede dar buena fe de ello, aunque no tanto el espectador, quien ve truncadas sus esperanzas de un logro tan magnífico, hipnotizador y seductor como lo fue la cinta de la que parte ésta.
Porque la inspiración para este argumento no explota en soberbia y osadía, no reluce elegante y distinguida, no sentencia con contundencia, convicción y firmeza, simplemente -y con escaso acierto, sea dicho- adorna y amplia, torpemente, la historia clásica de una hija destronada, que destruye a la falsa reina, con más familiares y personajes de merodeo que entretengan el previo de la contienda, más ese perdurable amor y codiciado espejo como centro de toda la polémica y disputa pero..., ¡no!, no y ¡nooo!, no acaba de convencer, estimular o impresionar, lo cual ya se intuye catastróficamente a los pocos minutos de su comienzo.
La fantástica fotografía ya no impacta, la bruja ya no tienta, la historia no eclipsa, el discurso es largo y toda la recreada fantasía, obtenida de una pobre imaginación que no tuvo en cuenta cómo encajarla para que entusiasmara tanto como la robusta madre de la que procedía, no te mantiene atento sin aliento ni pestañeo, mucho menos satisfecha; de hecho, el interés decae bastante y ni siquiera consuela ver los golpes de batalla, el gran romance puesto en duda o toda la riña y vertida malicia ya que ni sobresalta, ni atiza ni asusta, únicamente cansa y defrauda.
“Cuando miro el espejo, veo aquello en lo que me convertiré”, pero los guionista olvidaron mirar con determinación o, ese día el espejo estaba de vaga porque, no se entiende creyeran que dicha historia podía colorear y enmarcar a aquella que tanto vislumbró en su día, y eso a pesar -o puede justamente que por ello- de ser clásica y de memoria consabida; los demás siguen correctamente su pausa, se esfuerzan en darle vigor y coraje a sus personajes y danzan según se estipula en las páginas memorizadas pero, ya no es lo que era, ha perdido mucho fuelle, gasolina y desacelera por escenas donde, siendo mayor y más pesado su equipaje, su estela no deja de ser muy inferior a la de la eterna y tradicional fábula, de mayores a pequeños, con cariño relatada.
“¡Qué afortunados sois!”, de pequeños os leyeron “Blancanieves”, la original y buena; no os dejéis engañar por paralelos relatos que pierden su magia y embrujo, por una ambiciosa taquilla a quien no le importa la decepción de esa audiencia que tanto gozo con la previa; esto ya no es lo que era, mucho hielo, colorido y sentencias supremas que caen en saco roto pues no hay encantamiento, no hay ensoñación, incluso has distraído la mirada de ella por culpa de un interés que nunca se afianza; parloteo de vocablos sonoros, pero huecos, donde el diálogo no capta, los personajes no ilusionan.
Chris Hemsworth capitanea una nave en la que la tripulación no fascina ni hechiza; tira de ella, se esfuerza, le sale su vis cómica y socarrona, explota sus atributos físicos..., pero nada, sin el fabuloso golpe de martillo parece que no lidera, únicamente arrastra el peso de un guión que no emociona ni enciende ni hace reír, suspirar o volar a la pasota concurrencia, pues es cierto, reconozcámoslo, sin remedio te evades de ella y retornas por acabar la historia, no por otra cosa.
“Espejo, espejo mágico, dime una cosa ¿qué mujer, de este reino, es la más hermosa?”; perdona bonita, pero es..., “espejito, espejito mágico en la pared, dime una cosa ?quién es, entre todas las damas de este reino, la más hermosa?”, que se empieza cambiando una palabra y ...,¡mira la vanidad monetaria dónde nos ha llevado!, a un cazador descafeinado y a una reina que se hiela ante la ausencia de un público fugado por desengaño, que no la adora en su pedestal ni le sigue la huella.
Y, para más inri, ¡no tenía palomitas!, eso si que es ser cazada y atrapada sin aprecio ni respeto.
¡Hay Blancanieves, que desastre de familia y herencia!
Lo mejor, el esperanzador enamoramiento con el que acudes a verla.
Lo peor, diez minutos de rodaje y tu mente, corazón y alma se hielan al tiempo que la desaborida reina.
Nota 5,8