Ver, escuchar y participar..., lástima que se olvidaron de esto último pues supone oír las palabras sin sentirlas, permanecer en la antesala con emoción mínima y a las puertas de saborear con suculencia este drama intenso, trágico y celestial basado en la obra de August Strindberg.
Solsticio de verano, el día más largo del año en el que el sol sale más y pronto y se pone más tarde, día del afelio cuando el sol y la tierra están más alejados entre sí durante todo el año, noche mágica de deseos, alegría, celebraciones, bailes y danzas alrededor de una hoguera para ayudar al sol a recuperar su fuerza ya que, a partir de entonces, los días irán acortándose hasta el solsticio de invierno, noche de San Juan donde todo se confunde, todo es posible y la realidad se funde con la más exquisita y soñada fantasía.
"Como usted ordene miss Julie, estoy a su servicio"; dos personajes principales, señorita y criado, y una tercera mediadora que equilibra los desajustes altivos, pretenciosos y locos de la osada y descontrolada pareja, que vuelve a la caprichosa razón a su realidad, a su lugar de ser, a su clase perteneciente, una magnífica Jessica Chastain que acapara la atención de la cámara y la mirada seductora del espectador con exquisitez abrumadora, compás rítmico que cambia de entonación y clave de solfeo sin perder un ápice de su atractivo, interés y armonía fantástica acompañada, en su duelo escénico, dialéctico y emocional por un esmerado Colin Farrell que sale muy airoso y aplaudido de su misiva contraatacante, una pareja bien avenida, de potentes y enérgicas actuaciones más una ambientación detallada que cuida con esmero de las formas, del emplazamiento, que selecciona el plano minuciosamente y expone una fotografía abrumadora que es testigo silencioso de tan lustrosa guerra de clases, de sexos, de traciones, miedos, atrevimientos, palabras acusadoras y ensoñaciones nunca satisfechas.
La soledad como hermana perenne a ambos lados del muro, en uno, demasiado tiempo para divagar/en el otro, escaso tiempo para sobrevivir y no morir de necesidad, arrojo de poder tenerlo todo/horror de poder perder lo poco conseguido, seguridad del sitio asignado/valentía de encontrar nuevo destino, desprecios, orgullo..., un sin fin de cambios de panorama situacional, de rumbo afectivo, ilusionante y oprimido que traslada las tablas cercanas y dinámicas del teatro a la distancia fijada del fotograma bajo la supervición direccional de Liv Ullmann que se centra tanto en los pasos y la letra, en la imagen, etiqueta y vestido que se olvida de la esencia del contenido y la consistencia del camino, del disfrute del complejo entero, de la penetración sensible en las verdades acusadoras cual lanza dañina que debe eclipsar al oyente, mantenerlo atento con deseo y no dejarle observando sin apenas voltaje pasional pues, aún admitiendo el esfuerzo y completo trabajo de todas las partes integrantes, la audiencia se desvincula de los sentimientos vertidos, desconecta de las explosiones anímicas y se queda al margen de una partida que debería ser más rica para el corazón del que escucha, más conmovedora para una piel que permanece indiferente, más atenta y sabrosa para unos oídos que, incluso no perdiendo ni una migaja de lo manifestado y dicho en un sin fin vocablos, no logran encontrar margen para alentar al alma a sentir mayor devoción por este dueto que, sin duda, lo merecían pero que, malogrado lo vivido, no son capaces de traspasar la pantalla y lograr calidez en la concurrencia expectante que no vive, ni suplica, ni ruega, ni se apasiona, ni se arrepiente, ni enloquece, ni duda, ni manda, ni obedece, ni nada de nada, la noria es exclusiva para los intérpretes, el vidente nunca llegó a subir a ella y mira, desplazado desde lejos, como ésta sube y baja, da vueltas sin parar siendo la diversión, pena, promesa, temor sólo para ellos.
Irlanda, 1890, la señorita Julia está desbocada, se insinúa a su criado, enamorado en silencio de ella desde hace años quien estupefacto, nervioso, alocado y excitado no puede pensar con claridad ni manejar lo que su receptivo cuerpo le tienta a probar, a partir de ahí, una maraña de volteretas extrañas, impertinentes y atrevidas que giran al son de la escena, tiempo y espacio correspondiente para provocar un "...,ya no se quién soy en este cuerpo" que la campana de servicio y la luz del día guiará a uno, mientras el otro queda en la oscuridad estéril y anónima en la que ya vivía, todo vuelve al sitio/nada cambia, la noche más corta se acaba y hay que limpiar las botas del barón para que luzcan relucientes, se acabaron los disfraces, las fantasías y las esperanzas que de sueños no se come y el delirio de espejismos puedo provocar morir de frío y hambre.
Soñé que te tenía, desperté y volví al trabajo.