"Fences" es un interesante y sólido drama, dirigido y protagonizado por Denzel Washington. Adaptación cinematográfica de la obra teatral del mismo nombre, escrita por August Wilson en 1983. La historia ambientada en la década de los 50 en Pittsburg, gira en torno a una antigua promesa del béisbol americano llamada Troy Maxson (Denzel Washington) que, por circunstancias, ahora se ve obligado a trabajar recogiendo basura para sacar adelante a su familia. Troy es un hombre muy trabajador, rudo, rígido, y constantemente se enorgullece de cómo ha ganado todo en su vida luchando y trabajando duro. Su fiel esposa, Rose (Viola Davis), se ha entregado a él en cuerpo y alma durante más de 18 años de matrimonio, muy enamorada de su marido al que apoya siempre. Ambos tienen dos hijos, uno de una aventura anterior de él en su época de joven, Lyons (Russell Hornsby), un músico cuyo deseo es que su padre vaya a verlo tocar al club. El otro hijo, Cory (Jovan Adepo), es constantemente maltratado física y verbalmente por su padre. La mayor parte del film se desarrolla en el interior de la casa de Troy o en un patio trasero, salvo la escena de apertura que nos muestra a Troy y su mejor amigo Bono (Stephen Henderson) montados en un camión de basura. Esta reducida estructura es debido a que estamos ante una adaptación teatral de una exitosa obra, como ya he mencionado anteriormente.
Durante el transcurso de la narración nos enteramos que Troy, tuvo un padre abusivo que lo obligó a abandonar su casa siendo aun adolescente, estuvo en la cárcel y fue un prometedor jugador de béisbol. Descubrimos cierta frustración en Troy porque nunca tuvo la posibilidad de acceder a las Ligas Mayores de Béisbol, hito que rompío Jackie Robinson en 1947 como el primer jugador afroamericano en conseguirlo. Ese hecho histórico rompió barreras para los jugadores de color, que hasta ese momento tuvieron las puertas cerradas por el racismo imperante de la época. La película ofrece al público una visión de la vida de la clase trabajadora afroamericana durante la década de los 50, y cómo su existencia está marcada y moldeada por el racismo, justo antes de que llegara el movimiento por los derechos civiles. Hay muy pocos jugadores negros profesionales, y esa obsesión de Troy con el racismo que le ha perseguido toda su vida, es lo que le impide dar la autorización para que su hijo pequeño, Cory, continúe jugando al Béisbol, a pesar de que hay un ojeador que se ha fijado en él. Queda del todo claro, que utiliza sus propios fracasos como una excusa para frenar las ambiciones de sus hijos, nunca parece tener remordimientos por las decisiones que toma por muy poco consistentes que sean a veces, y siempre la culpa es de otra persona. Aun así, como espectador uno siente lástima por Troy. Un hombre terriblemente frustrado y afligido que ha construido su propia cárcel.
Sin embargo, resulta patente la calidad del libreto que sirve de base a su sólido guión, así como la implicación del director con los personajes y con el espíritu de la obra. Lleva a cabo una recreación honesta y cuidadosa de un texto sumamente importante, no sólo para él sino también para millones de sus compatriotas. Tratándose de una inagotable fuente de inspiración para cineastas de los más diversos estilos y de un vehículo para la filmación de un cine de denuncia, social y reivindicativo. En pleno siglo XXI, el problema de fondo, lejos de atenuarse, se recrudece cada cierto tiempo en las calles estadounidenses y continúa presentando un notable protagonismo en los proyectos que la industria se encarga de llevar a la gran pantalla. El largometraje conmueve y traslada a los espectadores una carga dramática muy elevada. Algunas de sus secuencias ponen los pelos de punta, dada la emotividad de la tragedia y la capacidad que despliegan los actores a la hora de transmitirla. Sin duda, el principal factor del éxito del film se asienta sobre la labor interpretativa de su reparto. Son ellos quienes se elevan por encima de la corrección formal para alcanzar un nivel superior de calidad artística.
Las actuaciones son sublimes, ya que es una cinta fundamentalmente con muchos diálogos y monólogos, y un escaparate ideal para el lucimiento personal de sus protagonistas con sus brillantes interpretaciones, destacando por encima de todos, la soberbia interpretación de Denzel Washington y de Viola Davis. Hay muchas escenas memorables a lo largo de la película entre ambos, pero, hay una en particular, por la que se me puso un nudo en la garganta, un momento desgarrador y cruel, cargado de una cruda emoción, y capturado por la cámara de forma intensa y muy real, donde Troy y Rose tienen una acalorada discusión en su patio trasero. A través de primerísimos planos y contraplanos consigue que no se escape ni un solo detalle de cada gesto de ambos, en su descomunal duelo interpretativo, de tal forma que es imposible mantenerse impasible e indiferente ante los sentimientos mostrados por Viola Davis tras recibir una terrible noticia. La vemos llorando mientras grita a Denzel Washington, con los ojos empañados en lágrimas, gotas recorriendo sus mejillas y la cara llena de mocos, una escena tan natural y auténtica que me hizo sentir como si estuviera ante una pareja en la vida real atrapada en la pantalla. La complicidad, sintonía y compenetración existente entre ambos actores raya la perfección.
En definitiva, una poderosa historia sobre la familia, el amor, la responsabilidad, y las expectativas de la sociedad, con portentosas interpretaciones. Brillante dirección y gran adaptación con una fotografía que acompaña y logra crear esa atmósfera teatral que el director pretendía. El mérito del film es poder encajar la humanidad real en la pantalla. Dentro del caos de la vida y su despropósito se crean personajes caóticos y sin propósito que tratan de lidiar con su vacío interno sin tener porque llegar a ningún sitio. Lo genial es que no lo explican al público, sino que se evidencia en los diálogos.