Un coche, un hombre y miles de kilómetros por delante de conducción, una decisión: hacer lo correcto, tomada bajo el lema: todos los problemas tienen solución sólo hay que encararlos uno a uno, ceñirse al plan y no perder la calma, un agobio de llamadas incesantes, una enorme tensión, un constante vapuleo de los tres frentes abiertos -familia, trabajo, enmendar un error- y una soberbia y magnífica interpretación de Tom Hardy que concentra en su persona la angustia, el desquicio, la pérdida y el miedo con una calma, moderación y serenidad emocional tan inteligente y profunda que convierte a este relato minimalista en una incesante claustrofobia que ahoga y hiere, despresurización lenta que no permite la respiración, en un destino duro, cruel e imprevisto cuyo coste por asumir tu responsabilidad es un alto precio de todo lo conocido y de tu propia persona.
Un ritmo incesante de percepción pasiva que atrapa tu interés, una sabia dirección para un humilde y sublime guión, una sola idea, claridad absoluta llevada a buen puerto no importa qué derrumbe o a quién se lleve por delante, la obsesión de no ser ejemplo del refrán "de tal palo tal astilla" y la lucha fantasma y personal de uno consigo mismo y con sus fobias particulares.
Suspense y misterio que se desvelan para dar paso a la perplejidad, el asombro y la tenacidad de quien lo arriesga todo, de quien sortea la presión, cumple con su cometido y no pierde la compostura, deslumbrante sencillez sin cortes de enfoque o adornos que distraigan que no administra grandes dosis de adrenalina ni excesos de pasión, ni sobresaltos ni ruido ambiental pues su arte es la línea recta, plana y fija, la espeluznante paz e inquieta tranquilidad, la obligada estabilidad que evita el caos y el descontrol a pesar de que toda la vida de nuestro decidido conductor se está haciendo añicos a cada minuto que pasa.
La frialdad y crudeza de las decisiones duras y difíciles frente al ardor, escozor y desolación de un alma en pena y un corazón roto que, aún con todo, en ningún momento vacila o duda de su drástica e irreversible decisión, sobrecogimiento interno y silencioso que gota a gota, llamada a llamada va consumiendo, destrozando y cambiando la realidad conocida.
Se gana tu respeto, obtiene tu admiración y sin vacilación o excusas admites estar ante un filme grandilocuente en su simpleza, inmenso en su contención, de sabor penetrante y efecto lento pero cautivador.
Buena dirección, buena interpretación, buen guión y un excelente simple argumento, una joya diminuta que se vislumbra a cientos de kilómetros y deslumbra a todo aquel que se toma un segundo para admirarla pues ¡ya no podrás apartar la vista nunca más!