Nicolas Cage sufre, mata y vuele a sufrir
por Daniel de PartearroyoResulta complicado valorar ciertas películas, incluso filmografías enteras, atendiendo únicamente a los parámetros convencionales del arte cinematográfico y narrativo cuando éstas claramente los trascienden o, más bien, esquivan al andar por otros caminos de expresividad autónomos. Suele ser el caso de todo aquello donde aparece Nicolas Cage desde hace más de una década. El prolífico e hiperactivo actor demostró su capacidad de entusiasmo e hipérbole interpretativa desde el principio de su carrera —Besos de vampiro (Robert Bierman, 1988) o El sabor de la muerte (Barbet Schroeder, 1995) son ejemplos clásicos de ese característico mega-acting—, pero ha sido durante los últimos años cuando esa explosión de energía sobreactuadora ha terminado de empapar elecciones de papeles cada vez más irracionales.
Tokarev encaja perfectamente en esa categoría gracias a su desacomplejada naturaleza de rancho videoclubero trasnochado: una excusa argumental mínima para justificar el encadenado mecánico de escenas de acción, gritos de testosterona y armas de fuego diarreicas. No busquen ni un ápice de valoración negativa en esa descripción, por cierto. A lo que vamos: Cage interpreta a un criminal reformado que se embarca en una persecución rabiosa de los tipos que han secuestrado a su hija. No, no se trata de Contrarreloj (Simon West, 2012), sino de un argumento prácticamente exacto que el infatigable actor ha vuelto a interpretar apenas año y pico después de aquella. Cosas de actuar primero, preguntar después. Igual que le sucede a su personaje, Paul Maguire, un hombre tan enfurecido en sus ansias por acabar con sus enemigos que va golpeando, disparando y asesinando a todos sus informadores, incluso sin querer. Como un Bryan Mills —Liam Neeson en la saga Taken— hipervitaminado y relleno de anfetaminas emocionales.
El director español Paco Cabezas sabe perfectamente cuál es el motor de su filme y lo potencia, haciendo de Cage la estrella absoluta y enfatizando sus erupciones de rabia, que el actor coge por las solapas, mastica y escupe con la firmeza habitual. Hay más intérpretes —Rachel Nichols, Danny Glover, Peter Stormare...—, pero con personajes tan superficiales como sus anecdóticas intervenciones. Mero forraje para alternar una secuencia de desbordamiento de Cage con la siguiente. Por desgracia, la planificación de las escenas de acción queda tan anegada por temblores de imagen, montaje sincopado y confusión generalizada que las descargas de adrenalina hacen flaco favor a un guión entregado al disparate de inicio a fin, giro sorpresa sin importancia incluido. La brusca manera que tienen de aparecer los créditos finales son la última confirmación de que Tokarev es una manifestación residual de cierta concepción del cine de batalla donde la transparencia de intenciones es la máxima muestra de honestidad. No hay trampa ni cartón: si lo que el espectador busca es ver a un Nicolas Cage desatado, ésta es (una de) su(s) película(s).
A favor: Hay al menos un par de escenas de Cage perdiendo los papeles que figurarán en sus futuras antologías.
En contra: La realización de las escenas de acción se cree constantemente mucho mejor de lo que es.