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Adolfo Garcia Gonzalez
81.914 usuarios
738 críticas
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4,5
Publicada el 10 de septiembre de 2015
Frio, frío cual témpano! Desgarradora, emotiva, realista, impactante... Una de las mejores historias reales adaptada al cine. Se te encoge el corazón y te deja con un nudo en el estómago. No apta para personas con vértigo. Imágenes que se te quedarán clavadas en la retina. Final conmovedor.
Es una película con una gran belleza visual por el realismo del Everest, relata la historia real sin ser demasiado fantasiosa y te mantiene enganchado, recomendada 100%.
Ayer vi la película y me pareció fantástica. Una película de aventura extrema y encima, basada en hechos reales. La mezcla la hace emocionante con alegrías y tristezas. Aún así, la primera parte de la película es un poco lenta/sosa y por eso baja mi valoración.
3.655 usuarios
145 críticas
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4,0
Publicada el 2 de octubre de 2015
Buena película calificandola globalmente, intervienen actores famosillos, bonitas imagenes, cuenta la historia de lo que le sucedió a un grupo que organiza la escalada y ascenso al everest en el 1996. A lo largo de la pelicula hay momentos lineales y otros momentos de tensión, a mí me ha gustado, la recomiendo.
"Cuando las luces se encienden, al terminar la proyección, comprendes que no has visto otra Máximo riesgo. Te has entretenido, sí; pero también te has emocionado y has sentido el hielo y el frío en tus propias carnes".
No es fácil mirar al Everest y no pensar en la épica. Pero esta película no busca homenajes ni glorias: se mete en la tormenta para mostrar el lado más cruel de una obsesión. Desde el primer momento, el director deja claro que aquí no hay héroes, solo personas empeñadas en desafiar lo indomable, pagando un precio brutal. La sensación que deja es más parecida a la de un duelo que a la de una aventura. Y funciona. Vaya si funciona.
El ritmo puede parecer frío, como la propia montaña. Pero esa es justo su virtud. Kormákur no intenta edulcorar el sufrimiento ni maquillar la desesperación. Las escenas se sienten reales, casi documentales a ratos, y hay planos que abruman por su silencio. Más allá de la espectacularidad técnica —que la hay—, lo que golpea es esa acumulación de decisiones pequeñas que, una tras otra, empujan a los personajes hacia lo inevitable.
Hay momentos en los que cuesta seguir a tantos personajes, y algunos podrían haber tenido más peso emocional. Pero quizá eso también hable de la confusión real en situaciones extremas. Cuando estás a 8000 metros, el mundo se reduce al oxígeno que no tienes, al paso que no das. La película transmite esa angustia con una crudeza admirable.
Lo más perturbador es darse cuenta de que no hay un monstruo que perseguir, ni una amenaza externa que combatir. Solo hay gente que lo tenía todo, y lo arriesgó por estar un minuto en la cima. Y ese minuto se convirtió en el último. Cuando la nieve lo cubre todo y el silencio se impone, es difícil no pensar en lo absurdo de ese impulso que a veces nos mueve: demostrar algo que no necesita demostración.
Everest no conmueve a base de discursos, sino de vacío. No emociona con música, sino con el peso del aire que falta. Es de esas películas que no se recuerdan por una escena, sino por lo que te dejan dentro cuando terminan. Una mezcla extraña de admiración y tristeza, como cuando te das cuenta de que no todo lo grande es hermoso.