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    Winter Sleep (Sueño de invierno)
    Críticas
    2,5
    Regular
    Winter Sleep (Sueño de invierno)

    Érase otra vez en Anatolia

    por Carlos Losilla

    El turco Nuri Bilge Ceylan nunca se anda por las ramas. Hace películas largas, larguísimas, a veces de una densidad más querida que conseguida, pero siempre solemnes y altivas. Lejano (1997), su tercer largometraje y el primero realmente conocido fuera de su país, era una especie de versión otomana de La ciudad no es para mí investida con los oropeles del drama existencial. Luego llegaron, convenientemente dosificadas en festivales y salas de arte y ensayo, Los climas (2006), Tres monos (2008) y Érase una vez en Anatolia (2011), sucesivas indagaciones en el arte de dar forma trascendente a lo que a veces no eran más que un par o tres de ideas. Deducirán por lo dicho que este cronista se sitúa claramente en el bando de quienes consideran que Ceylan es más un fotógrafo de rostros dolientes y paisajes desolados que un verdadero cineasta. Y entenderán también que, precisamente por ello, Sueño de invierno (2014), Palma de Oro en Cannes este año, le haya supuesto un relativo alivio frente a su cine previo: aunque relamida y artificiosa, no deja de ser una propuesta robusta desde el punto de vista dramático, un agradable juguete posmoderno que acude a Bergman allá donde De Palma –por ejemplo— juega con Hitchcock.

    En efecto, el panorama escénico lo pueblan unos cuantos individuos que no desentonarían en ninguna de las películas rurales del gran sueco. El dueño de un hotel de la Anatolia central, rodeado de suntuosas montañas, tiene problemas personales (se cree un intelectual, pero vive de la hostelería), matrimoniales (atraviesa una crisis con su mujer) y también con sus vecinos (algunos de ellos, a la vez sus inquilinos, carecen de recursos incluso para pagar el alquiler). A partir de aquí, la película desarrolla unas cuantas set pieces de interior en las que el alcohol, las pullas y los lamentos acabarán dibujando un desolado retrato de cierto feudalismo turco que ha sobrevivido a los nuevos tiempos. Hay mucha carpintería teatral en el guión del propio Ceylan, férreamente construido junto a su esposa Ebru, pero también un impulso expresivo ausente de sus anteriores películas, quizá gracias a las potentes composiciones de un admirable grupo de actores. Y el punto de partida, los cuentos de Chejov, se transfigura para dejar paso a un enfoque bastante menos compasivo y mucho más feroz: el alcohólico enfrentado al hotelero es un personaje a la vez heroico y patético que da el tono de lo que hubiera debido ser la película.

    Más allá de eso, sin embargo, la película no va mucho más allá. Ceylan, como le ha sucedido siempre, se muestra algo impotente a la hora de construir imágenes por encima de una estética demasiado pulcra y obstinada, y las escenas se siguen unas a otras sin que surja la chispa, ese fuego que los cineastas de fuste utilizan para convertir diálogos e interpretaciones en pura energía cinematográfica. Por el contrario, Sueño de invierno se queda siempre en la superficie, y la cámara apenas sabe hacer hablar a los rostros, del mismo modo que los cuerpos se muestran rígidos e inflexibles. Así las cosas, la película logra que sus tres horas de metraje no se eternicen, pero a cambio de ofrecer un espectáculo más pendiente de sus propios mecanismos que de dar vida a unos personajes y situaciones que finalmente quedan algo acartonados.

    A favor: Parte de una tradición distinguida, y la sintetiza con gracia y habilidad.

    En contra: Más allá de eso, se le agota el aliento a medio camino.

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