Actos reflejos del cine indie
por Quim Casas¿Qué tienen en común The Old Man and the Gun, una producción más o menos independiente sobre un atracador otoñal realizada por David Lowery a mayor gloria de Robert Redford, y El último pistolero (1976), un western también otoñal dirigido por Don Siegel para el último lucimiento de John Wayne? Sobre el papel, solo el tono crepuscular de sus dos protagonistas principales y que ambos sean personajes fuera de la ley, ya que los estilos de sus directores son bien distintos.
Pero no es así. Son, definitivamente, dos películas hermanadas en su condición de despedida de los actores-mito que las protagonizan, el progresista Redford, el derechista Wayne, pero sobre todo en la forma en que esa despedida se produce en pantalla. En el western de Siegel vemos desfilar imágenes de otros muchos filmes del Oeste interpretados por Wayne que definen el itinerario vital tanto del actor como del personaje de esta última ficción. Lo mismo ocurre en The Old Man and the Gun, donde las imágenes breves de anteriores cometidos de Redford en el género policíaco o dramático sirven para revivir la vida del personaje que encarna a la vez que recordarnos lo que una vez fue el actor. La frontera entre los rostros reales y los que representan termina, lógicamente, confundiéndose en uno solo
Además de todo esto, que no es poco, y de la coincidencia de que el anciano atracador de bancos y joyerías se llame Forrest Tucker, como un buen secundario del cine de Hollywood y de la televisión estadounidense de los cincuenta y sesenta –y que coincidió con Wayne en algún filme, aunque no con Redford–, The Old Man and the Gun nos depara uno de los momentos de verdadero cine independiente –como ética, no como cuestión económica– más bellos de los últimos tiempos.
Lowery, responsable de uno de los grandes logros del cine indie reciente, A Ghost Story, filma a Redford y Sissy Spacek viendo en una sala cinematográfica ni más ni menos que Carretera asfaltada en dos direcciones, la película más emblemática de Monte Hellman, director que trabajó como profesor y asesor en las dependencias del Sundance Film Institute, el organismo creado por Redford para promover precisamente la producción de filmes independientes.
A veces, sea o no premeditado, todo casa con extrema, delicada y armoniosa perfección. No hay mejor homenaje al verdadero cine independiente norteamericano (el de Hellman, Anger, Cassavetes, Jarmusch, Hal Hartley, Linklater, Ferrara, Altman, Sarah Driver) que este momento de transmisión entre generaciones (Hellman-Redford-Lowery) en una de las secuencias más calmadas de un thriller, por otra parte destensado, sobre un hombre tan libre, pese a vivir robando, como el romantizado forajido Sundance Kid de Dos hombres y un destino, quien, encarnado por Redford, acabaría dando nombre al gran ecosistema del cine independiente de los noventa junto a la productora Miramax.