El mal llama a tu puerta
por Beatriz Martínez¿Un espectro? ¿Una abominación? ¿La encarnación del mal? ¿Quién es Camille Borgman? Nunca lo sabremos. Lo que sí está claro es que a partir de que entre en el hogar de Marina y Richard, nada será como antes. Y lo hará de forma sigilosa, casi sin que nadie perciba su presencia, pero de alguna manera, imponiendo su voluntad y sus designios en cada uno de los miembros de la familia hasta convertirlos en sus marionetas, descomponer ese núcleo aparentemente feliz y armónico y destruirlos para siempre.
Borgman es un cuento sobre el mal, sobre el poder de la manipulación, sobre los mecanismos de poder. También es un estudio sobre los males de la sociedad actual, ejerciendo el protagonista como una especie de ángel exterminador dispuesto a terminar con la falsedad de la clase burguesa. Es inevitable comparar esta película del holandés Alex van Warmerdam con otras muestras de cine europeo que han analizado de forma similar la descomposición de los valores dentro del estado del bienestar. Es el caso de las películas de Michael Haneke o del griego Giorgos Lanthimos. Obras que desde la frialdad y casi desde un punto de vista analítico y emocionalmente distanciado, se dedicaban a escarbar en las miserias y la corrupción moral de una sociedad en la que domina la hipocresía.
Pero Borgman tiene su identidad propia y termina siendo un relato clarividente en muchos aspectos que funciona a varios niveles, siempre a través de un perfilado simbolismo y una serie de código que nos trasladan desde la comedia negra, el thriller psicológico, el teatro del absurdo o la metáfora onírica. Una pesadilla cotidiana repleta de misterio, en la que el director trabaja con sumo cuidado y meticulosidad diferentes niveles de extrañeza, hasta configurar una historia convulsa repleta de incomodidad y violencia interna.
A favor: Que la historia nunca se agota y siempre consigue sorprender a través de sus mecanismos narrativos.
En contra: Que su fuerza se pierda en comparación con el cine de Haneke.