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    Un toque de violencia
    Críticas
    4,5
    Imprescindible
    Un toque de violencia

    Imágenes de China

    por Israel Paredes

    Entre Naturaleza muerta, en 2006, y Un toque de violencia, en 2014, el cineasta Jia Zhang Ke no había transitado el largometraje de ficción, realizando varias piezas cortas en películas colectivas, el cortometraje Cry Me a River, para el CCCB en 2008, y Ciudad 24, suerte de híbrido documental construido a base de entrevistas ficticias. Mientras tanto, otros documentales como Historias de Shangai, en 2010. Ocho años de diversos trabajos, tras dos obras maestras contemporáneas como El mundo y Naturaleza muerta, con los que se puede apreciar la búsqueda del cineasta chino de nuevos itinerarios para su cine.

    Con Un toque de violencia el director plantea una película construida a partir de cuatro historias desarrolladas de manera secuencial, e interconectadas en cierto modo al final (sin que esto sea el interés principal del cineasta), creando con ello un crisol en la que la violencia, en diferentes expresiones y formas de ejecutarlas, tanto explícita como soterrada, se convierte en el verdadero centro alrededor de la cual gravita la narración. Pero a su alrededor, Jia Zhang Ke lanza una visión desoladora y terrible, pero para nada tremendista, de la China actual expandiendo su mirada para convertir una obra, en su base y en su apariencia, de género, algo nuevo en su filmografía, política. Puede verse esta maniobra como un inteligente movimiento para poder hablar de muchos temas que le preocupan pero que, dada las circunstancias de censura en la que debe moverse, no podría hacerlo de manera explícita, algo que en sus anteriores películas estaba ya presente, sin embargo, no deja de llamar la atención la capacidad de Jia Zhang Ke para maquillar mediante el género esa crítica clara y directa.

    La secuencia que abre Un toque de violencia resulta reveladora: tres jóvenes armados intentan atracar a un hombre que transita en una moto (y que luego será uno de los protagonistas de una de las cuatro historias de la película), pero éste acaba matando a los tres. La secuencia, que podría abrir la película hacia otros derroteros, queda varada o asilada de manera narrativa con respecto al resto sirviendo a modo de prólogo, más que argumental, atmosférico: Jia Zhang Ke la utiliza para mostrar la violencia en abstracto a pesar de que haya una motivación como el robo. Por otro lado, también marca el tono y la apuesta visual del cineasta a lo largo del metraje, con un estilo cuidado (cada encuadre en la película es magnífico, elaborado, cuidado, jugando con cada elemento, buscando la sugerencia en cada detalle para ampliar el discurso aunque no sea perceptible a primera vista), directo y observacional, rehuyendo el comentario.

     Jia Zhang Ke apuesta por una narración secuencial en la que cada historia termina de manera abrupta, violenta, pero queda en suspenso, sin conocerse, o no del todo, las consecuencias, buscando el ir creando un desarrollo también atmosférico, tonal. Las historias se suceden de manera casi imperceptible: los personajes aparecen casi de manera fantasmal. Hay cierto tono documental en el seguimiento de los personajes, como si una vez mostrado aquello que se quería mostrar, hubiera que pasar a otro lado, a otras historias. En ese sentido, aunque Un toque de violencia esté bien calculada y cerrada, la verdad es que podría haberse extendido durante horas, añadiendo narraciones y personajes.

    La violencia sacude a los personajes de manera puntual, y entre estas acciones, el cineasta incluye una visión de la China actual en la que aparecen los gobiernos locales como sustitutos del poder centralizado del PCCH manejando a su antojo el dinero, manipulando a los trabajadores y a los ciudadanos, las mafias emergentes y/o asentadas en la sociedad y que se confunden, cada vez más, con los intereses de las corporaciones, un capitalismo asentado en la sociedad creando diferencias sociales cada vez más acentuadas (en caso de que antes no fuera así…). La violencia viene creada a partir de estos grupos que controlan los destinos individuales –una de las constantes en el cine de Jia Zhang Ke- pero también a modo de explosiones personales, de acciones cotidianas. La idea es mostrar una violencia tan física como emocional que recorre una sociedad en transformación desde cierto punto de vista, pero anclada desde otro. Jia Zhang Ke no da soluciones, ni mucho menos, y aunque señala claramente a los culpables, tampoco cae en las explicaciones, ni en las excusaciones. Quiere mostrar, y para ello se vale de un estilo portentoso en la puesta en escena, limpia, manierista en la construcción de cada encuadre pero lleno éste de significado. La capacidad del cineasta para sacar una estatua de Mao en varias ocasiones y relacionarla con aquello que sucede frente a ella sin necesidad de enfatizarlo resulta brillante, como en ese momento en que unos hombres giran frente a ella en su furgoneta y observamos un lienzo de naturaleza religiosa.

    Y, no hay que olvidarlo, el título original de la película sería Un toque de pecado. Y aunque el cambio por violencia resulta operativo dado el contenido de la obra, lo cierto es que pierde cierto sentido religioso muy presente en la narración. Y aunque esto no deja de ser un simple elemento anecdótico, pone de relieve la complejidad de una propuesta excelente que, al final, lanza al espectador, no sólo al chino, una pregunta lapidaría, buscando que se cuestione de dónde procede su violencia.

    Lo mejor: El trabajo visual de Jia Zhang Ke, elegante y limpio, dando sentido a la puesta en escena como forma política.

    Lo peor: La duración, quizá podría haberse aligerado el metraje.

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