Mi cuenta
    Hasta ver la luz
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Hasta ver la luz

    La vida criminal

    por Carlos Losilla

    No es frecuente que una primera película muestre la fuerza y la contundencia de Hasta ver la luz. Es cierto que Basil da Cunha ya había dirigido dos cortos premiados y reconocidos, e incluso que el cine portugués de ahora mismo está atravesando una inusitada edad de oro, pero aun así estas dos no parecen razones suficientes para justificar lo que proporciona este primer largometraje, ni tampoco su complejidad, parapetada detrás de una apariencia simple y muy poco presuntuosa. Pues Hasta ver la luz podría parecer, a simple vista, dos cosas: primero, la típica película observacional, a mitad de camino entre el documental y el cine de género, acerca de la vida marginal en un barrio deprimido de Lisboa; y segundo, la típica película de cine negro en versión bajo presupuesto, con actores no profesionales y un sólido aliento realista. No es nada de eso, afortunadamente. Al contrario, Da Cunha va mucho más allá al dibujar un universo que sabe extraer los aspectos más alucinados de la realidad, lo que esta tiene a veces de “maravillosa”, por otro lado sin caer en los tópicos del realismo mágico ni nada semejante. Hasta ver la luz es una fábula sobre el destino y el sacrificio que parte de las imágenes más físicas que puedan imaginarse, de la realidad más tangible y material.

    No es fácil conseguir eso. A menudo puede caerse en el galimatías o la confusión. Da Cunha, sin embargo, se ciñe a la improvisación para conseguir escenas a veces delirantes, con diálogos que desembocan en una comicidad extraña, que acerca a sus personajes al mundo de cineastas como Aki Kaurismäki o Jim Jarmusch. Pero no hay nada aquí del relato ceñido que practican ambos, nada de su puesta en escena medida y rigurosa. Hasta ver la luz cuenta la historia de unos cuantos delincuentes de poca monta saltando de anécdota en anécdota, con elipsis broncas y desconcertantes, con escenas de acción que se desentienden de cualquier concepto clásico de lo que conocemos como “acción”. De hecho, Sombra, el protagonista, es casi más un arquetipo que un personaje, un pobre tipo taciturno y tristón que se ve envuelto en peripecias que lo sobrepasan. Es una sombra en la noche de la periferia de Lisboa, alguien que pasa por los lugares sin dejar huella, como un fantasma. Y también un ser destinado al fracaso, consciente de que su fin no va a tener ribetes épicos ni heroicos.

    Por todo ello, Hasta ver la luz es la crónica de una desdicha, pero también podría ser una parábola sobre el modo en que un hombre pasa por la vida zarandeado por las circunstancias. En cualquier caso, no es una película de denuncia, no pretende dar a ver la existencia mísera de un sector de la sociedad lisboeta. Sombra atraviesa distintos estadios que van de su familia a un extraño curandero, de una niña con la que comparte una iguana impertérrita a un amigo sentencioso y filósofo de la calle, episodios que a veces subrayan demasiado su itinerario hacia el vacío, así como el discurso de la propia película. Pero no importa, pues Da Cunha domina el claroscuro, la ambigüedad, y ello incluye escenas magistrales: algunas de las discusiones absurdas de los pandilleros; un golpe del que no sabemos nada y del que apenas vemos unos cuantos disparos en la oscuridad; una ejecución al amanecer, resuelta con admirable economía de medios…Hasta ver la luz es una miniatura cortante, afilada, pero que a la vez acude a la poesía más evocadora cuando pasa del suceso criminal a la reflexión metafísica, expuesta con escueto, conmovedor laconismo.

    A favor: el trazo resuelto, firme, con que Basil da Cunha dibuja personajes y situaciones, extrayendo de ahí ecos vibrantes y misteriosos.

    En contra: que a veces ese trazo se le vaya un poco de las manos.

    ¿Quieres leer más críticas?
    Back to Top