Zach Braff, escritor-director-productor-actor protagonista, después de 10 años de su triunfo "Algo en común", su paso eterno por "Scrubs" y con el apoyo incondicional de su hermano, vuelve a intentar emular lo un día realizado con arte y gloria sólo que, en esta ocasión, topa con su propio ego que anda perdido , mareando la perdiz y al personal.
Porque es lo que vas a sentir todo el rato, un personaje y argumento que juegan a moverse como bola del pin ball, sin excesivo criterio, que se mueve de lado a lado por oposición y sin llegar a sitio alguno, entre padre e hija conservadora y mujer y hermano liberal, enmedio de crisis personal de identidad donde cuestiona su propósito de alcanzar su proyecto ideal de vida y ser más práctico, empezar a ganar dinero para cubrir las deudas y dar de comer a sus hijos, todo ello envuelto en continuo chorro de chistes judíos -"Pero, ¿qué hay de mis sueños? ¿Dios no quiere mi felicidad? No, quiere que mantengas a tu familia"- y cuestionamiento sobre la finalidad de la existencia, con decoración perfeccionista basada en destacar las diferencias, escenas de contrastres rebuscados y excesivo simbolismo donde se busca la antítesis de marcar un estilo de andadura llamativa y pintoresca, como si no creyera en la fuerza interior de su mensaje y tuviera que envolver, su cifrado caminar de adorno cómico, con pinceladas trágicas que evolucionan hacia drama con tintes chistosos.
Su objetivo es la unidad familiar, el apoyo incondicional de tus seres queridos, la resistencia de ser uno mismo no importa las dificultades, perseguir tu sueño y nunca abandonar ni dejar desfallecer a tu espíritu emprendedor, optimista y voluntarioso, peonza que puede bailar porque tiene el soporte y la seguridad de quien le ama y vela por ella sólo que, tanta vuelta y vuelta, de lado a esquina como coche de choque cuyo conductor no sabe definirse y simplemente se deja llevar por inercia, pierde el respaldo del espectador y todo su amparo, tendencia e inclinación a su degustación apetitosa; porque, como ese chaval, en el patio del colegio, que no se decide a elegir bando y con quien jugar y acaba sentado en el banquillo, este inventivo que incentiva en demasía su idea, presenta una algarabía de tortilla de patatas y cebolla que ni siquiera tiene la gracia de ser sabrosa y deliciosa.
Su mayor apoyo y baza es su grupo de actores que le acompañan quienes tapan, con su cercanía, afectuosidad y calidez, muchas de las carencias del hula hoop ofrecido, un desfilar que intenta revivir, sin éxito, el porte maravilloso de su obra prima pero que, acá, sólo parece confirmar que no confía en la consistencia de su proyecto, fuerza de su contenido, en su modesta presencia y sinceridad de palabras para comunicarse como expresión suficiente que atrape y mantenga la atención del vidente.
"Tal vez seamos gente corriente, gente a la que se salva"; el conocido como Dr John "JD" Dorian, siempre será cotidiano individuo que resiste y supera, como puede, el día a día y la natural suerte caótica del destino -al tiempo que intenta ser feliz-, héroe anónimo no pretendido que encuentra razones para volver a sonreír tras mucho llorar y, aunque el susodicho director es meticuloso en las escenas, en los más pequeños detalles de presentación y el guión está lleno de perlas exquisitas al estilo Woody Allen, diálogos punzantes de doble sentido, ese doble querer decir y mostrar que se esconde trás cada cuidado fotograma no acierta plenamente con sus malabarismos, funambulista que se desvanece por pretensión no alcanzada y se queda en intento que no hechiza la curiosidad del público; Andrew Largeman -"Algo en común"- ya se ha hecho mayor, ha crecido y es padre de familia pero a perdido su toque y distinción en el proceso, evolución de una década esperada no tan lograda ni suculenta como se esperaba, el sol de sus gustosas ocurrencias, esta vez, no ha logrado brillar como solía.
"Se que no crees en Dios pero, quizás, puedas creer en la familia", el mundo es un lugar maravilloso, los malos no ganarán, los buenos triunfarán, nos rodea gente estupenda, encuentra tu alegría y no te desprendas de ella..., pero querer gustar a todos es no alcanzar a ninguno, perder a los nuevos y a los que te esperan con ilusión, ganas y esperanza que se quedan observando la pantalla, con todas sus expectativas en descenso, conforme evoluciona una historia cuya epifanía que la despertó no ha funcionado ni ha dejado contentos a nadie, sólo un pasar el rato que no alcanza para reír, tampoco para lamentar, simplemente no sabes muy bien donde estás, que te está vendiendo y, como aquel chaval en el patio del colegio que tiene dudas ante la oferta que sus ojos ven, no sabes elegir bando y acabas, nublado/espeso/perplejo, en el banquillo.
Un mirar sin sentir que apabulla, no tienta.