"Sabes que quizás busques y no encuentres nada. Buscar y no encontrar también es progreso", el progreso, aquí, se cortó de raíz al decantarse por la edulcorada vena poética y dejar arrinconado el suculento debate argumental que se intuía y no se ha sabido manejar.
Una primera parte por la que transitas con agrado, placer y satisfacción de lo ofertado, un romance fresco, llamativo y atractivo entre una joven espiritual, de alma sensible, y un joven científico que bebe de la realidad, del análisis de lo fáctico, del valor de los datos y de la coordinación de unas evidencias que demuestran verdades irrefutables; a continuación, realiza un salto en el tiempo desaborido para el gusto del vidente, de una tentativa omisión en su interés primerizo sin retorno, donde aparece un experto reputado dentro del campo de la ciencia que por fin a logrado demostrar su obsesiva teoría que prueba la inexistencia de un Dios superior creador de la nada a través de la recreación de la vista, desde su origen, en unas pobres lombrices que no solicitaron ver pues, "el ojo es lo que los religiosos usan para desacreditar la evolución, lo usan como prueba de que existe un diseñador inteligente, Dios; busco acabar con el debate de una vez por todas con datos claros y no contaminados"; y, seguimos con la desilusión al acecho y llamando a las puertas de tu dudosa atención que, se intenta arreglar con una última lección anímica de creencia y dogma en lo que los datos no pueden confirmar ni corroborar pero, sus sensaciones e intuiciones le hablan, en una búsqueda de un patrón idéntico de iris donde cerciorar que también hereda parte del alma, gusto, emociones vividas por su anterior poseedor, un "¿qué harías si algo espiritual refutara tus creencias científicas?" como estandarte y lema de toda la historia contada.
Estamos ante ciencia-ficción que comparte la invención creativa con el género de fantasía pero, que se distingue y adquiere más credibilidad por estar basado en hechos científicos que en un futuro son una posibilidad real sólo, que aquí, no deja de ser más un cuento dulce, encantador e insimismado de James Barrie -autor de Peter Pan- que algo serio, estupefacto, de impresionante calado o creencia anodadada o efecto deslumbrante, especialmente si tienes en el recuerdo la reciente epopeya "Interstellar" de miras más altas, efectivas y de un efervescente recuerdo aún haciendo mella.
El no siempre eterno, pues durante mucho tiempo fueron juntos de la mano, enfrentamiento ciencia-religión que tantos estragos ha provocado para el individuo por su cabezonería de separación y refutación mutua cuando, perfectamente, podrían convivir pues uno no tapa al otro al moverse en campos diferentes del que el otro no tiene nada que decir, que intenta adquirir un nivel de respeto, consideración y honorabilidad que no acaba de cuajar pues respira, en demasía, un aire de enseñanza anímica y camino trascendental para incrédulos ignorante aún no preparados que abren los ojos y, por fin, descubren ese paraíso oculto abierto sólo para quienes creen desde el alma y sienten desde el corazón.
Si vives con pasión su explicación evolutiva, si te dejas envolver por la creencia probable de su realidad metafísica y su espiritualidad incandescente, la historia adquiere un valor solvente y válido reforzado por la correcta dirección, por las interpretaciones acordes y un acertado nivel de todos los elementos participantes, si te suena, todo lo narrado, a hermosa ensoñación poco consistente, fábula bella para colorear unas suaves químeras, sentirás que todas las respetables opciones de ese comienzo fructífero se transforman en nimiedad aromática que embellece y lustra una estética cuya coherencia interna se quedó por el camino.
Mensaje final de oveja recuperada de vuelta al rebaño del Señor que anula su científica y pragmática existencia vivida hasta ese encuentro magistral de descubrimiento de la luz que guía y da sentido a su mundanidad..., como que no cala, conjunto armónico que huele a caridad compasiva que inclina la balanza, sin justicia demostrada, hacia un lado por capricho y ventaja de cerrar las heridas y dudas con la simple grandeza de la palabra FE..., como que no penetra ni tiene fuerza, anular la cordura de este pequeño mundo que intenta ser conocido para abrirse al despertar enorme, sublime y magnífico de lo no conocido-nunca demostrable ..., es un guión que traiciona su comienzo sólido y estable de apetecibles alternativas y dilemas y, que vira hacia la cómoda y facilona respuesta de un más allá que lo impregna todo, un lograr CREER para que tu asignado ángel de la guarda consiga sus alas que, gusta moderadamente pero, no deja de ser sermón de iglesia en forma de parábola bella-anécdota sugerente para renegados que se mueven en la tristeza de la oscuridad poco sabia o erudita.
La iniciado controversia y discusión se queda en nada pues, no sabe o no quiere cotinuar Mike Cahill por esa senda o, simplemente, no tiene claro que quiere y va tastando sabores hasta encontrar el gusto por lo celestial y lo Santo que, lo arregla todo con la revelación anímica del alma ante la ceguera y carencias satisfactorias de la materia.
Evolución de efecto descendente ante la promesa incumplida de su estimulante principio, de su acomodado centro y de una resolución ñoña feliz de declaración majestuosa, lo cual, aplaca mucho la esperanza de esa alta nota que se deseaba otorgar en su conjunto, que vale, me lo quedo y acepto pero, no deja de ser cierto que la ausencia de color en los pavos reales blancos es por falta de melanina o pigmentación, que no deja de ser cierto que es más hermosa la explicación romántica de que reprensenta almas dispersas por el mundo y que no deja de aburrir un enfrentamiento inconcluso razón-espíritu/lo terrenal-trascendental, aquí llevado con mucha relatividad e inconsistencia, cuando son dos caras de la misma moneda, separadas e unidas por siempre.
Según el lado que te tiré más, te emocionará y convencerá con mayor o menor gusto este, profundo o insípido, poco o muy convincente relato; lo que no es, de todas todas, es intenso ni potente ni vigoroso, sea cual sea tu predilección pues, el fatídico y gélido corte temporal que realiza entre realidad científica-científica ficción, marca su sentencia definitiva.