Una sala vacía, con un fondo negro y una silla que ocupa Paulo Figueiredo para contar con calma y sin tapujos su vida. Algo que no sorprende si se desconoce su trayectoria, pero que perturba e impresiona al saber cual fue su pasado. En sus años de juventud era un soldado en un comando portugués de élite durante las guerras coloniales de Mozambique y Angola. Después de la Revolución de los Claveles trabajó primero como guardaespaldas en Portugal y posteriormente como mercenario de la CIA en El Salvador, para finalmente acabar como asesino a sueldo de la GAL, acabando con varios miembros de ETA.
Las monstruosas atrocidades que describe son contradictorias con el carácter minimalista de la película y la manera en la que se presenta el protagonista. No se inmuta cuando describe los brutales detalles y hace comentarios incisivos sobre el trasfondo de la historia de la política contemporánea, para más inri, bromea sobre ello. Sus declaraciones se enumeran formando una base de investigación y reflexión, un compromiso llevado a cabo en un terreno inestable: hechos y ficción, memorias y fantasías, confesiones y retratos hilados entre sí que nos hacen cuestionarnos la identidad del personaje a medida que avanza el documental.