Argentina al borde de un ataque de nervios
por Daniel de PartearroyoLas compilaciones de relatos cortos de un mismo autor son habituales en la literatura, pero muy escasas en el cine, donde lo que dominan son las películas antología con distintos directores firmando historias independientes unidas por una vinculación temático-espacial —ciudades: Paris vu par... (1965), Historias de Nueva York (1989)— o de género —terror: Historias extraordinarias (1968), V/H/S (2012)—. Cuando un mismo cineasta ensambla pequeñas narraciones autoconclusivas sin caer en la tentación de relacionar a sus personajes suele tener un original literario detrás —la trilogía de la vida de Pasolini—, pero a veces también existe esa intención de juntar historias cortas sin necesidad de vinculación: así son la obra maestra de Eric Rohmer, Les rendez-vous de Paris (1995), y la excelente Relatos salvajes, de Damián Szifrón.
El tercer largometraje del director argentino supone un gran salto hacia adelante respecto a sus dos películas anteriores —El fondo del mar (2003), Tiempo de valientes (2005)—, de las que, respectivamente, coge la capacidad para crear tensión y el sentido del humor haciendo que ambos elementos exploten en un conjunto de historias cortas y, en efecto, salvajes. Su único nexo de unión es la rabia contenida que termina por explotar llevándose por delante todas las cláusulas del contrato social y lo que haga falta. Las grandes estrellas del cine argentino se ponen al servicio de la función, contribuyendo a dar categoría de radiografía de la indignación nacional al conjunto: María Marull y Darío Grandinetti intentan averiguar qué les ha hecho coincidir en el mismo avión, Julieta Zylberberg se plantea un dilema como camarera en un restaurante de carretera, Leonardo Sbaraglia lamenta haber ofendido a otro conductor en medio de una carretera desierta, Ricardo Darín se rebela contra una multa injusta, Oscar Martínez intenta resolver un problema muy grave causado por su hijo consentido y Erica Rivas vive una auténtica boda de sangre cuando se entera de la infidelidad de su nuevo marido en plena ceremonia.
Es fácil pensar en escritores con habilidad para el relato corto e impactante de ambientación urbana, desde Julio Cortázar hasta John Cheever, sin olvidar a Raymond Carver o Amy Hempel, pues de todos ellos hay trazos en los segmentos de Relatos salvajes. No obstante, Szifrón emerge con voz propia en todo momento. Una voz enrabietada, ebria de furia y ganas de venganza contra las situaciones injustas de la vida. Todos sus protagonistas primero se contienen y después terminan rebelándose contra ofensas tan cotidianas y fáciles de identificar que la catarsis es inevitable en el seno del espectador pisoteado por los sinsabores de la vida diaria. Pero el mayor genio detrás de la película y los mecanismos de paroxismo dramático de su autor radica en la capacidad que demuestra para encadenar a nuestra empatía en el asiento de una montaña rusa moral donde siempre se repite el mismo ciclo: identificación con el perdedor, justificación de su reacción ofendida, pánico ante la deriva maniaca de la situación. Es decir, el arco argumental de cinco temporadas de Breaking Bad, sintentizado en píldoras de apenas 25 minutos y multiplicado por seis. Algo salvaje.
A favor: El músculo formal de Szifrón, casi siempre acompasado al servicio del gag.
En contra: Es inevitable, pero las demás historia palidecen en comparación con las tres más potentes, brillantes y sintéticas: el avión, los coches y la boda.