Todo en la película está puesto al servicio de mostrarnos la confusión absoluta que encierra la mente de Ana. La cámara nos muestra continuos primeros planos, siempre en movimiento, de Ana, una cámara que sigue a la protagonista a todas partes, la mayor parte del tiempo por encima de su hombro, vemos lo que ve ella y sentimos su angustia. Cuando ella desvía la mirada a algún interlocutor, la cámara va de un rostro al otro, parece que no hay nada más y es que ese parece ser el problema de Ana, no ve más allá.
Todos sus problemas están en su cabeza, el mundo que la rodea no es como ella lo ve, su madre se preocupa por ella, con prudencia y tratando de no molestarla, al fin y al cabo es una mujer adulta, pero su preocupación es patente, aunque Ana no sea capaz de verlo. Con su padre, la situación es parecida, hay rencor y problemas no resueltos, o quizá sí, no sabemos que sucedió en el pasado, solo como es su presente. Lo único que podemos reprocharles es que no la obliguen a recibir ayuda profesional.
Extraordinaria la interpretación de Marian Álvarez que dota a su personaje de tanta verdad que crea una fuerte empatía, consiguiendo que entremos dentro de ella y sintamos lo mismo que ella siente. Marian se muestra desoladora, frágil y vulnerable, siempre potente en un personaje coherente a pesar de sus desequilibrios. Una enfermedad, el trastorno límite de personalidad, que no se nombra, como tampoco se explica que suceso concreto pudo provocar el trauma, solo sugerir varios motivos, tal vez la infancia.