La vida después del dogma
por Quim CasasLa política cahierista de los autores estuvo bien en su momento y continúa teniendo sentido, pero tampoco hay que tomársela siempre tan en serio. No todo el denominado cine de autor tiene interés por el solo hecho de serlo, y la autoría juega a veces malas pasadas: no por dirigir, escribir, producir, montar, fotografiar e incluso interpretar una película se es más autor. Y después llegó el Dogma'95, en el que a todo eso se le unía la democratización del cine a través del digital. Juan Pinzás es "autor" –lo hace todo en su última película, "New York Shadows"– y fue el único director español en realizar no una sino tres películas –la trilogía formada por "Érase otra vez", "Días de boda" y "El desenlace", rodadas en la primera mitad de la pasada década– que tuvieron el certificado Dogma en cuestión.
Autor y Dogma. Independiente y prácticamente invisible en los circuitos comerciales habituales. Libertad creativa, se supone, y dificultades para mostrar su trabajo más allá de círculos muy pequeños. Bien, todo esto da empaque, patina autoral o malditismo. Pero lo que quedan son las imágenes, las películas antes que los nombres, aunque siempre hablemos de un Renoir o de un Lynch antes que de "La golfa" o "Cabeza borradora". Y las imágenes de una película como "New York Shadows" se desvanecen pronto aunque pretenden contener una reflexión sobre el propio proceso creativo del "autor", así, a lo bruto, navegando entre el filme-ensayo, el metalenguaje, la ficción, el documento, el diario fílmico, el autorretrato, la autocomplacencia, el yo fílmico y todo lo que se ponga por delante.
Ambicioso lo es. La propuesta hasta puede resultar simpática. Pero el resultado es a veces tan ensimismado, con el propio Pinzás andando y divagando en la piel de un veterano cineasta que llega a Nueva York para preparar su próximo filme, que la reflexión sobre el arte de narrar en imágenes se queda en nada, en algunas citas demasiado evidentes (los pósters que aparecen de títulos representativos de Bergman, Antonioni y Godard, algo así como la santa trilogía del cine de autor en los primeros años sesenta) y en mostrar esa confusión entre el artista y el personaje que ha creado, algo no muy original para los tiempos que corren.
A favor: su gestación al margen del sistema, lo que permite decir lo que se quiera.
En contra: que lo que se dice, y cómo se dice, no es precisamente original ni rompedor.