Cara a cara
por Paula Arantzazu RuizLas cotas cinematográficas que nos ha proporcionado el cine de gángsters son difícilmente superables desde hace tiempo, pero de tanto en tanto aparecen valientes que se atreven a regresar a los años dorados del hampa para tratar de sacar jugo de un mundo, el criminal, que fascina como pocos. Hace apenas unos meses veíamos a Johnny Depp trasmutado en capo de la mafia irlandesa en los años 70 en Black Mass y ahora en Conexión Marsella regresamos a esa salvaje era en una Marsella golpeada por el tráfico de heroína, escenario que ya retrató William Friedkin en la totémica The French Connection (1971), y que aquí ofrece la versión gala de la lucha contra la droga en su momento de mayor apogeo. Cédric Jiménez, sin embargo, deja de lado la figura del flic, el policía, emblema del género del polar, para traducir del cine americano, y más concretamente de Scorsese y De Palma, el enfrentamiento entre un juez y un narcotraficante, antagonistas en un conflicto que literalmente arrasa con las calles de la ciudad de la Costa azul.
Conexión Marsella se cimienta sobre ese enfrentamiento, aunque apenas nos muestra al juez Pierre Michel (Jean Dujardin), conocido en su momento como el Elliot Ness galo, y Gaëtan Zampa (Gilles Lellouche), el gran jefe que hay que enchironar, compartiendo plano. Se persiguen a ritmo de un montaje frenético y rocknrollero que tan en boga, quizá a su pesar, puso el pequeño gran Martin con sus incursiones en el mundo de los gángsters italoamericanos; y a través de un lujoso diseño de producción que no escatima en decorados, coches de la época y persecuciones de infarto. Si Dujardin no luciera con tanto énfasis su sonrisa de galán y Lellouche hubiera podido quitarse el lastre de una presencia demasiado rígida, se podrían pasar por alto los excesos y los tics de Jiménez. Pero vigor, eso sí, no le falta.
A favor: Su ambición. Hay que celebrarla.
En contra: Que muchas de las ideas formales de la película las hemos visto en otras tantos filmes.