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    La modista
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    La modista

    Las aventuras de Priscilla, estilista del desierto

    por Suso Aira

    Hay algo en Australia, aplicable a su cultura y a su producción cinematográfica, que despierta una contagiosa simpatía: su excentricidad nunca buscada pero siempre asumida como una de las mejores características propias de su idiosincrasia. La rareza y la extrañeza como el leit motiv de historias que se mueven entre el fin del mundo y la canonización de las canciones de ABBA. Una tierra mutante, que marca. La tierra, física, es muy importante, asimismo en La modista, casi un personaje más con el que se las tiene que ver la engreída y pija protagonista que da título al film y que se irá transformando como se transforma el paisaje australiano… aunque parezca el mismo a un extranjero. Aquí no se llega al extremo de Baz Luhrmann, del petardeo como una pose y un ADN, pero sí que en su aparente calma de una historia en apariencia ligera y lineal hay una celebración alrededor de lo excéntrico, del disfraz, del glam (en años no de glam), de la diferencia y de la liberación de la mujer a través de ritos iniciáticos tan divertidos como dignos de estar en un film de Peter Weir. No estamos en un Picnic en Hanging Rock, pero sí en una reunión de señoras con aguja e hilo, canguros, aborígenes y un vivir una revolución a golpe de diseño esperando La última ola… de la moda.

    Hagamos un ejercicio y convirtamos La modista en una de esas películas inglesas que intentan remedar el espíritu de la lejana Ealing. Una película de esas como El jardín de las delicias, Las chicas del calendario… O una película como Un tipo genial (la premisa de alguien intruso, de ciudad, que llega a una pequeña población rural muy peculiar y que le cambiará la existencia), por ejemplo. Se asemejaría pero no sería exactamente la misma, por muchas actrices de relumbrón y mucho humor irónico que tuviera. El plus australiano, ese que era capaz de convertir una comedia romántica al uso en un relato lovecraftiano en la reivindicable Love serenade, es el que hace de esta comedia de contrastes, de personajes a quienes parece que les falte un tornillo, algo especial. Aunque parezca un traje a medida para su elenco interpretativo y para amantes de cosas menos raras. Porque, aunque no lo parezca, esta es una rara avis, una bomba locatis con espoleta aparentemente normal.

    A favor: cómo controla su petardeo disfrazándolo de clasicismo.

    En contra: podría ser más loca todavía.

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