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    El sueño de Gabrielle
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    El sueño de Gabrielle

    Madame Bovary de la posguerra

    por Paula Arantzazu Ruiz

    El amor tormentoso y obsesivo frente al silencioso y paciente: las dos vertientes del enamoramiento se conjugan en El sueño de Gabrielle, adaptación a cargo de la cineasta francesa Nicole García de la novelita Mal di pietre, de Milena Agus (2007), con una Marion Cotilliard más sensual, si cabe, que nunca. De hecho, en su visión del texto de la escritora italiana, García ha dejado algo de lado las cuestiones del ambiente opresivo de la Europa rural de mitad del siglo XX y las transformaciones socioeconómicas del boom de los años 60 para centrarse en el erotismo de una protagonista a la que no cuesta ver como una suerte de Madame Bovary de la posguerra. La jugada, sin embargo, no ha sido del todo acertada.

    Ubicada en la Provenza francesa en vez de la Cerdeña original, El sueño de Gabrielle arranca con un flashback que nos sitúa en la década de los 50 con la protagonista bañándose en un río, con la falda del vestido subida, en una estampa de gozo sexual catalizadora de muchas de las cuestiones que atravesarán la película desde ese momento en adelante. Exultante y rebelde, por decoro y reputación los padres de Gabrielle la acabarán casando con un jornalero español huido de la Guerra Civil (Álex Brendemühl), pero de la que ella no está enamorada. Con el tiempo, y en una visita a un balneario en Los Alpes, la joven acabará cayendo en los brazos de un teniente herido en Indochina (Louis Garrel). Emancipación sexual femenina, reafirmación de la identidad frente al peligro del desequilibrio trenzados en un ménage à trois narrativo que tiene precisamente en sus intérpretes su gran y tal vez único apoyo.

    Porque García tropieza de manera muy sonora en el corolario del trabajo, cuando pone en paralelo la desesperación del deseo de Gabrielle con cierta idea de enajenación mental, que en vez de redimir a la protagonista subraya ese engañoso vínculo entre histeria y ardor, entre locura y pasión. De este modo, Gabrielle parece no liberarse nunca, más bien se nos antoja que queda presa en el cliché que los demás han construido sobre ella.

    A favor: Una Marion Cotilliard pletórica.

    En contra: Que no acaba de resolver las cuestiones fundamentales que plantea. Incluso podríamos decir que las confunde.

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