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    El año más violento
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    El año más violento

    Cuando todo empezó a cambiar

    por Carlos Losilla

    Si les digo la verdad, creo que ni Margin Call (2011) ni Cuando todo está perdido (2013), las dos películas anteriores de J. C. Chandor, hacían presagiar a ese gran cineasta que nace con El año más violento (2014). Se trataba de películas correctas, más que dignas, siempre con un punto de exhibicionismo y artificio, pero al fin y al cabo honestas y sugerentes. El año más violento, sin embargo, es otra cosa. El cuidado que Chandor dedica siempre a la forma ya no es solo envoltorio, sino que está perfectamente integrado en las intenciones del discurso. La narración ya no solo se basa en la fluidez y la funcionalidad de sus trabajos previos, por mucha elegancia que se insuflara en el estilo, pues más bien se revela misteriosa, alusiva, diciendo lo que tiene que decir pero sin subrayados, como si emanara directamente de los planos, su composición, su disposición, su estructura. Así, la historia de Abel Morales (espléndido Oscar Isaac), el hispano que ha creado un gran imperio del transporte en el Nueva York de 1981, ahora decidido a comprar una propiedad que expandirá decisivamente su negocio al tiempo que sufre misteriosos ataques en sus flota de camiones e incluso en su propia casa, no se organiza como un thriller al uso. Su estrategia es otra, aunque parta de las convenciones tradicionales: conseguir que el género se haga lo suficientemente flexible como para convertir la película, a la vez, en un documento de época y un retrato individual.

    En efecto, Chandor sitúa la acción en el final del sueño equívoco que habían supuesto las décadas de los 60 y los 70 en Estados Unidos, cuando Ronald Reagan accede al poder y el huracán conservador arrasa con todo, incluidas las buenas intenciones. Esas son las que parece tener Abel, empeñado en llegar a la cumbre por el buen camino, desoyendo los cantos de sirena de su esposa Anna (Jessica Chastain, también espléndida, inquietante) y de sus colegas, que se suman a la corrupción generalizada que está sumiendo a la ciudad en la violencia y la inseguridad. ¿Cómo mantenerse puro en este cenagal? De Abraham Polonsky a Francis Coppola, de Martin Scorsese a James Gray, de Paul Schrader a Paul Thomas Anderson, esa es una pregunta que atraviesa lo mejor del cine americano a partir de la posguerra. Y, por lo tanto, ese retrato de Abel Morales que atraviesa El año más violento recoge elementos de los protagonistas de esos cineastas y los refunda en otro sentido. Pues aunque la película de Chandor transcurra en 1981, también se refiere al presente, y no solo en un sentido histórico: Abel es el hombre estupefacto, superado por una serie de apariencias que no acaban de ofrecerle su verdadera cara, siempre en pos de un enemigo invisible, a la vez perseguidor y perseguido, que va tomando distintas caras. Esos contrincantes aparecen y desaparecen, dejan verse un instante y luego se esfuman, pues son a la vez enemigos de carne y hueso y fantasmas que acosan la conciencia del protagonista.

    No me dejará mentir, en este sentido, el ambiente escogido por Chandor para que se desarrolle esta peripecia, con la inestimable ayuda del director de fotografía Bradford Young y el escenarista Doug Huszti. Los exteriores son amplios espacios desolados, en los que florecen, como mucho, edificios abandonados, en ruinas, o en un inquietante estado de espera. Los interiores se muestran sombríos, no tanto neutros como envueltos en una calma siniestra, que hace presagiar abundantes turbulencias internas. Incluso la casa de Abel y Anna, más que un hogar, parece un centro de operaciones donde se discuten los planes por la noche, donde los niños apenas tienen cabida y donde abundan los rincones amenazadores y oscuros. Chandor utiliza el plano para dejar ver ciertas cosas y ocultar otras, algunas de las cuales irrumpen de repente en campo para crear una perturbación, una inestabilidad que en el fondo están en el sustrato de la película. Esta mezcla de concreción y abstracción, de un lugar real retratado con gran sentido del hiperrealismo y un espacio simbólico donde se juega el destino de unos cuantos personajes da a El año más violento su particular visión. Pero ya no se trata de un descenso a los infiernos, ni del camino que conduce del pecado a la redención, como podría ser en los casos de Scorsese o Schrader, sino de un itinerario hacia la nada, hacia el autoengaño, hacia el vacío. En el fondo, tras los ideales masacrados no se encuentra el fin del sueño americano, sino el convencimiento de que siempre fue mentira, la cortina de humo perfecta para ocultar una realidad perversa.

    Para finalizar, a modo de pequeño epílogo, diré que me resulta curioso que El año más violento aparezca al mismo tiempo que otras películas como Puro vicio, de Paul Thomas Anderson, o Foxcatcher, de Bennett Miller. Entre todas ellas se abordan más de veinte años de la historia americana a través de tramas complejas, casos reales o itinerarios individuales que forman una geografía accidentada del momento, pero también una revisión de la manera en que los observamos desde el presente. A modo de hipótesis: ¿es casualidad que los 70, en la película de Anderson, se vean desde una perspectiva narcótica, envuelta en las brumas de una especie de escena primaria que ya no se puede recordar, mientras que los 80, en los casos de Miller y Chandor, propongan sujetos en tránsito, desde esa niebla a la oscura realidad de una época a partir de la cual ya no volvimos a ser los mismos? Pues hasta ese punto, como decía Wim Wenders en En el curso del tiempo (1976), la cultura americana ha colonizado nuestro subconsciente.

    A favor: Sigue una tradición con originalidad y un gran sentido de la forma.

    En contra: Chandor parece buscar una depuración estilística que en algunos momentos (solo en algunos) chirría un poco.

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