Un descafeinado martirio.
Es extraña la sensación que deja, opaca la sentencia estimada pues, es un caso verídico de secuestro y tortura de un periodista, pero narrado de un modo tan peculiar y ligero, agradable y reposado que aparcas, ese esperado desagrado y malestar, por una visión atenta, dócil, acomodada y confusa ante el dictamen de lo observado.
Sin duda alguna la película se sostiene gracias a la sobria y penetrante interpretación de Gael García Bernal quien, en todo momento, capta el interés de la audiencia y retiene su curiosidad por ella, por lo que tiene que contar; acicate por esa correlación de unos hechos cuya primera parte, previo al encarcelamiento, sirve de introducción para saber quién es el protagonista y qué hace, hasta la llegada de esa oscuridad indomable de quien, vendado y estupefacto dentro de su ignorancia, no puede más que quebrarse de asombro al saber de su acusación para residir indefinidamente en lugar tan tenebroso.
Jon Stewart rechaza la dureza e impacto, conmoción y lágrima de las imágenes ya vistas y conocidas por la mayoría gracias a documentales y telediarios y opta, sin embargo, por una vejación, aniquilación y acorralamiento mental más sereno, pulcro y estiloso pero que, sin duda alguna, deja clara la opresión, desquicio, locura y suplicio que supone estar en manos de radicales cegados, que sólo ven lo que les conviene e interpretan, a su gusto, los inocentes gestos y cómicas palabras de un encuentro distendido como excusa combativa para retener, etiquetar y vender al pueblo la falaz idea pretendida.
Inquietud y desazón con un toque de suavidad que reduce el impacto, recuerdos y añoranzas reflejados con encanto y mimo, congoja y temor que no alcanzan grandes decibelios, pero tienen el don de atrapar tu mirada y fisgoneo por ese evidente tormento que no altera ni sobresalta a un alma tranquila, que reposa su firmeza de convicción por la historia en esa mente que absorbe, consume y reflexiona con la sensación de aplauso, por la alternativa escogida para contar la crudeza y martirio de un aprisionamiento a ciegas y por la fuerza del sinsentido, pero con ese resquemor de flexibilidad y amoldamiento que evita surjan las emociones debidas y requeridas para tal caso.
Falta brío, escozor y pasión/hay entereza y solidez, voluntad de filmar lo ya presenciado de manera alternativa y original; no falla en su intento, se sale de la corriente dramatización de estos casos pero, tanta cortesía, quietud y consideración en las formas levantan un muro separador donde la aflicción, el escalofrío, la pesadumbre y su dolor envolvente se simplifican, perdiendo gran parte de su necesario efecto, en pos de una lectura amable, simpatizante y benévola que puede llegar a ofender, por su trivial retrato de tanta agonía sufrida en tales circunstancias.
El escrito ablanda y colorea un camino atroz, negro y espeluznante que nada tiene de cortés y risueño; no hay rechazo, se abraza con gusto de saber y estímulo de mantener la observación en ella, pero la percepción no es plena, se acoge con esa sorpresa del planteamiento y con esa apuntalada nota de no haber presenciado una hiriente y marcada tragedia, sino la anécdota de un periodista que tardó 118 días en volver a casa.
Confección tenue e insustancial para un asunto profundo e intolerable; se acepta pulpo como perro de compañía pero..., como que es historia de campamento, no portada de primera página del periódico.
Rosewater, agua de rosas, embriagadora esencia que destiñe y desfigura, endulza y minimiza el agrio olor de lo putrefacto; antiinflamatoria y relajante, alivia la producción de heridas y su posterior cicatrización..., tal vez demasiado para lo que hay en juego.
Lo mejor; Gael García Bernal.
Lo peor;: el escrito se perfume en exceso de agua de rosas.
Nota 5,5