El anonimato de los desafortunados.
Una pareja de amigos, colegas de principios de esos donde no cabe elección, si o si se ayuda; no importa qué, cómo o cuándo, estás en deuda con quien te salva la vida, aunque éste sea un lunático con ideas extravagantes.
Chaplin era amigo de los pobres, de los sin techo y desahuciados y ¡que son ellos si no todo ello!; por tanto, como amigo, éste colabora involuntariamente en ese préstamo, “no secuestro”, de su cadáver, el cual será devuelto una vez se proceda a ofrecer la solicitud demandada.
“No se trata de lo que quieres, sino de lo que puedes”, y con esa desesperación de una hija y mujer necesitada se colabora en ese irrisorio plan, de proceder facilón pero ejecución desmadrada, pues parece que hay más de un bromista haciéndose pasar por los presentes malhechores.
Y, a partir de esa situación anómala y patética, se circula y avanza con un humor triste e infeliz, de quien practica la pena de ilusionarse con impaciencia por un resultado que parece nunca llega.
Una caricatura sencilla y trivial, que esconde seriedad de contenido en sus personajes; es suave, tanto en su comicidad como en su drama; se presenta como anécdota curiosa de un hecho convertido en leyenda, esa macabra broma, post mortem, del sabio cómico que nunca necesitó palabras.
Tenue, simpática y grata, su despierto entusiasmo cede conforme avanza; no lo bastante como para anularse, pero si lo suficiente para que tanto tropiezo inconformista pierda parte de su encanto.
Un compenetrado dúo, para una historia de ocurrencia y despropósitos; Xavier Beauvois no interviene, sólo deja transcurrir los hechos, con esa inocencia angelical de dos mundos opuestos, donde uno coge prestado del otro.
Acción insignificante, tragedia evaporada, risa superflua..., no se detiene con eficacia serena en ninguno de ellos, al contrario que si hace con el homenaje evidente a Chaplin, lo cual deja un relato bonito, cándido y agradable de ver que no levanta pasiones/tampoco duerme a los presentes; humildad de ese ladrón acuciado por las circunstancias, llenos de sentimientos y humanidad, que se ve metido en una maltrecha travesura, de desenlace funesto, dada la torpeza y ausencia de maldad de los susodichos.
Mesurado encanto que no desborda todo su potencial; el suceso cuenta que, a tres meses de la muerte del genial icono del cine, su ataúd fue robado por dos inmigrantes sin recursos que pidieron alto rescate por devolverlo; linda y complaciente, hace múltiples referencias a las obras del cineasta, con el añadido de una comparativa sutil a la de los desgraciado autores y su porvenir cercano.
El precio de la fama, comedia dramática, de evidentes limitaciones, que nunca logra la efusiva energía necesaria para abordar ambos aspectos; liviandad que sirve como recreo medio pero, con ese lamento de no haber exprimido todo su sabor posible.
Amistad, pobreza y delirio, e intención de salir de ello en un destartalado pis pas; “anda, vete y deja de hacer el tonto”, sólo que no puede, pues su amigo le necesita y su cabeza le traiciones con proposiciones locas.
Chaplin hubiera obtenido más ganancia artística y expresiva, narrativa y sentimental de su propio rapto y chantaje; lo presentado tira más a conformismo aceptable, aunque leve y mediano.
Lo mejor; rememorar tan loco hecho.
Lo peor; no acaba de terciar ni como drama ni como gracia.
Nota 6,4