No interesa ni Helen Mirren, ni el joven protagonista, ni los secundarios de pega, ni la vacía relación amorosa, ni la cocina francesa, ni la comida india, ni el atractivo de las especies, ni el colorido de los ingredientes, ni el guión contemplativo, ni la elaboración de los platos, ni las suculentas estrellas Michelín, ni la producción de Steven Spierlberg ni Oprah Winfrey, ni la insulsa dirección de Lasse Hallström, ni su escaso magnetismo, ni su pesada lentitud, ni su ausencia de adrenalina, ni su falta de ritmo, ni la evidente carencia de emoción, ni la pérdida de sintonía, ni el poco entusiasmo de su visión, ni la parsimonia de su andar, ni la afable historia, ni el soso transcurrir, ni el dulce terminar.
La exquisitez de "El perfume", la delicadeza de "Chocolat" llevada con mucha torpeza, poco acierto y nada de gracia al mundo de las sartenes, los cuchillos y los excelentes paladares para estropear lo que debería haber sido un placer para el gusto, un deleite de sabores, una seducción para la vista y una maravilla para el olfato, la combinación y atrape de todos tus sentidos con arte, sabiduría y fantástica sensación pero, a cambio encuentras un nulo estimulante y triste deambular que agota por su excesiva duración, una asfixia de sosez y amable textura que no cautiva ni mantiene tu atención o el escaso mínimo interés que surge en un principio curioso que pronto vira hacia una urgente evasión como vía de escape ante la caída de estilo y fortuna, un tópico vacío rellenado con poca artimaña o salero, unas interpretaciones de poco remate y evidencia de encanto y un derrumbe del cuento de "Ceniciento" laboral, del sueño americano llevado a Francia, conducido por una inglesa y protagonizado por un Manish Dayal de Carolina del Sur con procedencia paterna india, del príncipe que vuelve al hogar para despertar a su bella durmiente en espera después de saborear las mieles del éxito, santo hijo-agradecido pupilo que añora a la familia y a su nada veraz jefa y un sin fin de negativos cuentagotas que suman una porción grande de aburrimiento y cansancio, de un devenir a menos que anula cualquier posibilidad de complacencia satisfactoria y disfrute oportuno.
Un viaje de diez metros que se hace la eternidad de dos horas y que sólo rellena los primeros gratos minutos, luego la esplendor del pastel preparado se desinfla cual globo pinchado en un panorama cada vez más meloso, cargante y ñoño que sucumbe a la felicidad empalagosa y el entretenimiento indigesto por su excesivo acaramelado, sobrante dulzor, pesadez de compañia y limitada conversación.
Si este restaurante es tan fino y elegante y su menú es de tres relucientes estrellas Michelín..., prefiero el bar de tapas y cerveza de la esquina y sus intocables estrellas Rita Hayworth, Cary Grant, Paul Newman, Jack Lemmon...,en fotos 4x4 que alegran, decoran y entretienen más que las tres de este pucherazo filme.