Saldrás del cine más contento y encantado que en la visión de su hermana menor, más agradecido y satisfecho que en la impactante y novedosa presentación de lo que se intuye va a convertirse en una saga sin fin a menos que le abandone la taquilla.
Por tanto, las comparaciones son inevitables y espontáneas, tu mente mira hacia su pasado original en busca del recuerdo desdeñoso o fructífero que le confirme el avance y mejora del planteamiento o su funesto retroceso.
Así que, ¡vamos a ello!
En la primera, los hechos transcurrían dentro del límite comprimido de una casa; para esta ocasión, se ha trasladado a la amplia y devastadora calle/ciudad que da mucho más juego.
En la primera, se centraba en el ataque y protección de una única familia; ahora, la violencia se ha ampliado a terrenos más vastos y extensos.
En la primera, no había mensaje oculto de fondo para la agresión física, ésta era azarosa, malvada causalidad de escoger tu vivienda como bola ganadora del bombo del demonio y la ansiedad asesina; aquí, se observa un discurso anarquista que invita a la revolución sangrienta de los pobres, débiles e indefensos trabajadores contra el mal corrosivo del capitalismo, de una economía hecha para beneficio exclusivo de los ricos y del poderoso señor Don Dinero.
En la primera, el peso interpretativo recaía sobre un Ethan Hawke que manejaba los hilos y defendía el fuerte; en la presente, se observa un reparto más amplio y destacado donde cada uno adquiere su momento de deslumbre, esos cinco minutos de gloria para ser valorado y pasar a la historia del olvido inmediato.
De anticipado sabes e intuyes con absoluta certeza que aquí habrá más explosión violenta, más crueldad intolerable, más horror espeluznante, es decir, que se habrán explayado a sus anchas y a expensas de su inventiva imaginación pues la fantástica e inolvidable idea del guión ya es conocida, se repite la escalofriante presentación inicial del ritual permitido legalmente de masacres, torturas y asesinatos a gusto del que lleva el arma; aún así, se hecha de menos más acción física, más pelea de arma blanca y de contacto cuerpo a cuerpo, un letal y agresivo tú a tú y no tanta persecución y disparo por doquier.
Entretiene, impresiona y sales convencido de la sala del cine pero, pasados los minutos y tras su análisis, charla con los amigos y recordatorio de lo compartido empiezas a descubrir sus carencias, debilidades de un argumento que podía haber sido más poderoso y suculento, abrasivo y sobrecogedor en la exposición y venta de la odiosa y, para algunos natural, maldad humana pura y aborrecible con el único stop del paso de las horas.
En cambio, aunque su exhibición agrada, estremece y conmociona no es tan brutal ni aplastante como hubiera planeado la mente de un diablo mezquino, se vislumbra un deje moral y camino hacia la sensiblería que no desagrada ni molesta pero interrumpe y frustra el camino al paraíso del dolor, el odio, la rabia y la furia.
Se disfruta y consume con placer pero no le han sacado todo el partido al sadismo, el miedo, la tensión, la crueldad, el acojone del caos, la pérdida de la razón, la adrenalina del poder glorioso de quitar una vida, de convertirse en Dios y verdugo del mundo.
Es una muestra reducida, de modesta aceleración y velocidad restringida sobre el infierno martirizado y atormentado que es capaz de recrear el escabroso ser humano cuando se pone a ello y le seduce el lado oscuro.
James DeMonaco no ha sido tan malvado como se esperaba, el recreo ha sido divertido y genial, gustoso y complaciente pero la delicia, fascinación del mal y su atractivo cautiverio son de mayor intensidad, de mayor hipocresía, de mayor espectacular jolgorio.
Ha crecido y mejorado pero aún no llega a sobresaliente.