Blancos humanos
por Xavi Sánchez PonsLa Noche de las bestias, aka The Purge, costó solo 3 millones y acabó recaudando casi noventa. Ergo, la secuela estaba cantada. La pregunta es la siguiente, ¿ha conseguido James DeMonaco alargar el chicle y repetir los aciertos de la primera parte? La respuestas es sí, y eso es algo que le sitúa como uno de los artesanos con alma gamberra a seguir dentro del cine de género yanqui.
Con un giro de 180 grados en su punto de partida, aquí la acción no transcurre en una casa sitiada, sino en una persecución urbana en diferentes localizaciones de un distópico Los Angeles, Anarchy: La noche de las bestias hace gala de la incorrección política de su predecesora, muy cercana a la de productos con alma de exploit como la excelente La carrera de la muerte del año 2000, producida en los setenta por el incombustible Roger Corman. Y es que el filme de DeMonaco se mueve como pez en el agua dentro de toda la imaginería del cine de género de serie B de finales de los setenta y principios de los ochenta. Aquí hay un poco de todo; cine ultraviolento de vigilantes a lo Charles Bronson; de pandillas callejeras a la The Warriors de Walter Hill; distopias cercanas en el tiempo como la de 1997: Rescate en Nueva York; una mezcolanza resuelta con oficio y buen pulso narrativo, economía de medios, guiños clásicos (la sombra de El malvado Zaroff sobrevuela toda la película), y transgresión de brocha gorda con alma de videoclub. En este último aspecto destaca el chiste macabro a costa de un bróker crucificado en la bolsa, o toda la descripción que realiza de una refinada y sádica clase alta angelina con una forma muy particular de vivir la purga.
Anarchy: La noche de las bestias cuenta con un antihéroe clásico, interpretado con solvencia por Frank Grillo en uno de sus primeros papeles protagonistas, que parece salido de un western de John Ford, y que deja bien a las claras que su director, guionista del remake de Asalto en la comisaría del distrito 13, es también un enamorado del cine de John Carpenter; aunque eso sí, de momento, se quede lejos de los logros del responsable de La Cosa. ¿La razón? DeMonaco se queda en la forma, en el digno sucedáneo, y no profundiza en la herencia de un director y un cine que jugaba a plantar cara al sistema más allá del simple chascarrillo. Aun así, el filme que nos ocupa deja algunas imágenes poderosas, como ese asesino casi monstruoso con gorra americana y delantal de carnicero a lo Leatherface, que acribilla a sus víctimas desde un camión negro.
Lo mejor: Michael K. Williams (The Wire, Boardwalk Empire) como revolucionario a lo Che Gevara.
Lo peor: su predecible desenlace.