La verdad está ahí fuera. Eh, no, lo siento fans de Mulder y Scully, no voy a hablar del reciente estreno de la nueva temporada de “Expediente X”, pero sigue leyendo porque voy a hablar de otro tipo de verdad que también está ahí fuera y que puede interesarte.
Como iba diciendo antes de que me interrumpiese a mí mismo, a veces, la verdad se pasea por delante de nuestros ojos sin que seamos capaces de vislumbrarla, y otras, desafortunadamente la mayoría de ellas, somos nosotros los que conscientemente bajamos la mirada, cohibidos por la vergüenza, temerosos de las consecuencias o por pura apatía. No obstante, la esperanza no cesa en su empeño de regalar excepciones, y en ocasiones, la verdad sale a la luz, o mejor dicho, se arroja algo de luz a la verdad.
“Spotlight” (2015), película escrita y dirigida por Thomas McCarthy, nos relata de manera precisa y certera la historia real de un grupo especial de periodistas del “Boston Globe”, diario local de Boston, Massachusetts; que en 2002 publicó una investigación sobre múltiples casos de pederastia por parte de sacerdotes de la Iglesia Católica. Al año siguiente, en 2003, el trabajo periodístico se vio recompensado con el premio Pulitzer al servicio público.
El equipo de investigadores, cuyo nombre da título a la película, está formado por un elenco exquisito, destacando a Mark Ruffalo, que consigue su tercera nominación al Oscar por mejor actor de reparto gracias a esa capacidad tan suya para dotar de detalles y carisma a sus interpretaciones (me encanta la manía del personaje de meter los dedos por la trabilla del pantalón); a Michael Keaton, que demuestra que lo de “Birdman” en 2015 no fue un aleteo de consumación, sino el resurgir de un actor extraordinario; y a Rachel McAdams, también nominada al Oscar por mejor actriz de reparto, que lo mismo resuelve un caso de homicidios como la sheriff de “True Detective” que destapa un monstruoso escándalo como periodista de investigación.
No dejo de darle vueltas a que Thomas McCarthy, quien interpretó a un pernicioso periodista en la extraordinaria última temporada de “The Wire” mostrando lo peor de una de las profesiones más denostadas en la actualidad, haya dirigido ahora con tanta precisión la otra cara de la moneda, una visión precisa, elegante y exhaustiva de lo que en su momento fue, y debe volver a ser, el trabajo periodístico. Seguro que trabajar con David Simon en su momento le ha ayudado a realizar una obra que, sin situar al periodista en el papel de héroe, rescata del actual olvido su enorme obra humanitaria. Es tan necesaria la labor de esta profesión, tan noble y pura su causa, como lo es romper el molde de prejuicios y trabas que se ha instalado a su alrededor.
Las escenas que muestran a Rachel McAdams entrevistando a los “supervivientes”, las víctimas de los abusos que, en su mayoría, provenían de familias pobres donde la religión tenía un lugar muy importante; el discurso lleno de rabia y desesperación de Mark Ruffalo cuando explota de indignación tras haberse contenido durante casi toda la peli para realizar su laborioso trabajo de investigación; la satisfacción que encuentra Michael Keaton al hacer lo correcto, arriesgando su reputación e incluso viejas amistades con tal de hacer honor a su profesión; o el momento en el que Brian d’Arcy James comenta que lleva meses sin dormir bien y que ha empezado a escribir una novela de terror para evadirse del caso. Todo lo que vemos es tan real que por momentos nos olvidamos del escándalo para centrar nuestra atención en los personajes, artífices en gran parte del éxito de la película.
Pero lo realmente extraordinario de “Spotlight”, más allá de su maravilloso montaje, o del correcto trabajo del compositor Howard Shore; es que posee un guion cargado de franqueza, que evita el efectismo barato y el morbo emocional de otros relatos. Durante el desarrollo de la investigación no solo realiza una compleja crítica a la institución católica como sistema, además de dar algún que otro palo a abogados y periodistas, sino que arroja al espectador cuestiones estremecedoras sobre la corrupción, la hipocresía existente en toda comunidad religiosa, la falta de valores, los horrores de los que es capaz el hombre y, en definitiva, a la pusilanimidad con la que el ser humano es capaz de afrontar la verdad, que, desgraciadamente, sigue estando ahí fuera, esperando a que alguien la cuente.
Una película magnífica que cuenta con mi más sincera recomendación y que ha sido capaz de hacerme recordar con algo de nostalgia que en algún momento de niño quise ser periodista. Quizás por eso ahora me desquito tanto escribiendo.