Elogio del procedimiento periodístico
por Paula Arantzazu RuizNo debe ser casual que en estos tiempos de periodismo de memes, trending topics y prensa millenial aparezca una película con tales aspiraciones éticas como Spotlight. Quizá parezca una pataleta nostálgica, pero la obra de Tom McCarthy, biopic y traslación del reportaje del Boston Globe que destapó un escándalo de abusos sexuales a menores y pedofilia por parte de numerosos miembros de la Iglesia Católica en la ciudad de Boston, nos retrotrae a un momento en el que el clickbait aún no tiranizaba a los profesionales de la información y en el que, a pesar de los tambores de crisis amenazando desde el futuro, todavía quedaban periodistas que creían que nada mejor que información rigurosa y arriesgada para otorgar valor añadido a un diario. No es mentira: la prensa generalista era en los albores del año 2000 algo más que entretenimiento viral.
De todos modos, no nos engañemos: en Spotlight el romanticismo sobre la profesión periodística alcanza cotas épicas. Tanto o más que en la energizante Buenas noches y buena suerte (George Clooney, 2005), aunque aquí la admiración que provocan los protagonistas y miembros del departamento Spotlight, dedicado a los reportajes de investigación, venga más por su dedicación y entrega a la verdad que por el carisma de sus discursos. Hay que darle las gracias a McCarthy, quien retrata con una eficacia narrativa sobresaliente los procedimientos por los que actúan y ejercen la profesión los periodistas de la película: revisión de la hemeroteca, entrevistas a víctimas, esperas en archivos de juzgados, más entrevistas y consultas a anales con los que contrastar datos… En ocasiones da la sensación de que se está frente a una clase práctica de periodismo, en un retrato por fin detallado y hasta atractivo de las obligaciones profesionales de un periodista. Quizá su precedente cinematográfico podría encontrarse en Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976) aunque a diferencia de ese thriller, Spotlight es una película de procedimientos, donde incluso importa más el cómo que el qué, quién, cuándo y dónde. No sólo ese cómo que se refiere a la manera de trabajar de los periodistas a la hora de enfrentarse a este caso concreto, también el cómo pudieron suceder todos esos abusos que se denuncian y nadie fue capaz de decir nada en su momento durante décadas.
Spotlight, como el buen periodismo, es también una película cauta y honorable, que huye del amarillismo al intentar evitar dar demasiado lustre a su equipo protagonista. Es cierto que Michael Keaton, Mark Ruffalo, Rachel McAdams, Brian D’Arcy James y Liev Schreiber conforman un rutilante y preciso reparto, pero McCarthy sabe combinar el tiempo de cada uno de ellos para que su presencia e interpretación no eclipse a los verdaderos temas del largometraje: por un lado las víctimas, y por el otro, la función social del periodismo. Puesta en escena de planos generales y pocos primeros planos para un trabajo, así pues, que apuesta por una pensada distancia, lejos de todo ruido dramático (incluso los atentados del 11S son una mera anécdota en esta historia) y volcada en la búsqueda de esa ansiada objetividad periodística: el contar los hechos y nada más que los hechos. Es obvio que a McCarthy le puede la emoción en unos cuantos momentos, pero con todo, ha hecho un elegante elogio de la profesión.
A favor: Su reparto de actores al completo.
En contra: Los periodistas de verdad no son tan atractivos como Michael Keaton o Rachel McAdams.