Terror y humor negro israelí
por Quim CasasA pesar de que son personajes completamente distintos, aunque unidos en la fascinación por la violencia, sea sádica, pedófila, justiciera o policial, los tres protagonistas de Big Bad Wolves se encuentran en situaciones similares, espiando o siendo espiados, apartados temporalmente de su trabajo, bordeando siempre el límite. Uno, el profesor de religión de un instituto, es despedido durante unas semanas debido a la presión de los padres de sus alumnos, ya que es sospechoso de haber secuestrado y asesinado a varias niñas. Otro, un policía siempre dispuesto a tomarse la justicia por su mano desoyendo los consejos de sus inmediatos superiores, también es apartado del servicio tras filtrarse un vídeo en el que él y otros dos agentes de paisano torturan al sospechoso.
Después, el policía se dedica a espiar al presunto autor de los asesinatos mientras el padre de una de las víctimas, violada, muerta y decapitada, los vigila a ambos. La situación, muy bien llevada en la primera parte del film, deriva hacia un huis clos con todos los personajes (más un cuarto de presencia inesperada, aún más extremo) en el sótano de una casa dispuestos a interrogar, torturar, defenderse o salvar el pellejo, según las circunstancias y el papel de cada uno.
Explicada así, la segunda película de los realizadores israelíes Aharon Keshales y Navot Papushado parece un ejercicio de terror sádico con no pocos elementos gore (incluye uñas de los pies extraídas con alicates, dedos de la mano rotos a martillazos, quemaduras en el pecho con soplete y cortes en la yugular con sierras oxidadas), una peripecia de intriga claustrofóbica y un thriller con sorpresa, pero es, sobre todo, una comedia negra. El trazado violento y abrupto está repleto de gags, guiños y situaciones de esperpéntica distensión junto a otros elementos cómicos más obvios (el móvil que suena en un momento clave, por ejemplo, y desdramatiza toda tensión) y situaciones absurdas (la presencia de un joven a caballo), demostrando que hasta el tema más escabroso, en este caso la pedofilia, puede ser tratado desde la misma distancia irónica con la que se ha tratado el Holocausto o el terrorismo en otras películas.
Que el filme sea israelí, y además de terror (o colindante con el terror: ganó el premio a la mejor dirección y banda sonora en el último Sitges), y gire en torno a una historia extrema de venganza, le otorga una especie de plus al tratarse de una cinematografía tan recóndita para nosotros como hace décadas lo era la iraní o la rumana. Sus directores muestran un considerable valor al tratar como lo hacen un tema espinoso y candente, pero, sobre todo, saben cómo crear determinados climas y tensiones a través de una planificación tan estilizada como efectiva capaz de suministrarnos pistas allá donde los personajes no saben percibirlas.
A favor: la saludable combinación de estilos, del humor negro al gore.
En contra: mejor en la primera y más indefinida parte que cuando los personajes quedan desvelados.