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    Críticas
    4,5
    Imprescindible
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    Poco antes de la muerte de James Dean

    por Carlos Losilla

    En un cierto sector de la crítica cinematográfica, todavía está de moda despreciar a los directores que, antes de dedicarse al cine, han pasado por la televisión o los videoclips. O que incluso siguen simultaneando esos trabajos. Voy a pasar por alto la falacia de los distintos lenguajes o de las estéticas contrapuestas, que siempre dependen de esa oxidada idea de la “pureza” del cine y su sacrosanta “puesta en escena”. Voy a ignorar los prejuicios, en el fondo clasistas, que eso supone, es decir, que el cine es la aristocracia del mundo audiovisual y los demás son parias. También me voy a olvidar, por otra parte, de esa afirmación que me obsesiona acerca de que “el mejor cine de ahora se hace en televisión”, como si todo debiera reducirse a la narración clásica y el estilo de Hollywood. Pero no puedo dejar de pensar en que Arthur Penn trabajó intensamente en los platós de los años 50 antes de dirigir algunas de las películas que cambiaron para siempre el panorama del cine americano. O en que Rainer Werner Fassbinder trabajó en el ámbito catódico hasta el final de sus días, a veces con resultados memorables. O en que... Anton Corbijn realizó videoclips para Depeche Mode antes de dirigir material como El americano, El hombre más buscado o esta Life que nos ocupa, por no mencionar Control, su ópera prima en el cine, dedicada a... Joy Division.

    Y digo todo eso porque, simple y llanamente, Life es una de las películas del cine reciente que más me ha emocionado, que mayores sorpresas me ha deparado. No porque no esperara nada de Corbijn –de hecho, me parecen muy interesantes, en grados distintos, sus propuestas anteriores--, sino porque no esperaba algo de este calibre. Parece un biopic de James Dean, pero no busquen en ella los tics propios del género, la mitificación del personaje cuya vida se relata, ni mucho menos esa recreación de época grandilocuente que hubiera sido de esperar tratándose de los años 50. También podría ser una de esas historias de amistad y camaradería masculina que tanto han gustado siempre a Hollywood, pero no es el caso. Corbijn y el guionista Luke Davies utilizan a Dennis Stock (Robert Pattinson), el fotógrafo de la revista Life que retrató a Dean (Dane DeHaan) en algunas de sus imágenes más icónicas, no como mero personaje-muleta, sino como otro protagonista a la altura del actor de Al este del edén. De hecho, Life es la historia de Dean visto por Stock y de Stock visto por Dean, y en ese cruce de perspectivas se encuentra tanto el tono particularísimo que la película acaba encontrando como el ritmo interior del que emana un cierto estado de ánimo: Corbijn juega con texturas y colores, gestos y climas, ambientes y elipsis, y lo que acabamos viendo en pantalla no son dos actores imitando a Dean o Stock, sino dos tipos desorientados que intentan congeniar a través de lo único que conocen: las imágenes, las fotografías y las películas.

    Pues bien, no hay diferencia alguna: en Life, no hay tema que valga, no hay nada que transmitir excepto esos momentos del contacto en los que surgen pequeñas chispas. No importa que luego eso se transforme en aquella instantánea de Dean paseando por Broadway, o en los planos de Rebelde sin causa filmados por Nicholas Ray, de la que solo vemos los preparativos, ni una sola escena que recree el rodaje. Life, así, encuentra su momento más representativo en la secuencia de Indiana, cuando Dean acude a visitar a su familia y se lleva consigo a Stock. En ese largo excurso, el pueblo, la nieve, los coches, las fiestas de graduación, los instantes de Dean remoloneando en casa de sus tíos, el nerviosismo de Stock en ese ambiente rural, todo está a la misma altura, todo compone un tapiz sobre la vida y el aburrimiento que conlleva y también el esplendor con que refulge a veces. Porque no hay discursos relamidos ni trascendentes en esta película asombrosa, sino solo un tono más bien mortecino del que surgen los grandes momentos que acaban brillando en la oscuridad, de vez en cuando ilustrados por unos versos de  Edna St. Vincent Millay, como quien no quiere la cosa: “Así el árbol solitario resiste al invierno”.

    A favor: eso que los anglosajones llaman mood y que significa disposición, estado de ánimo, algo muy difícil de plasmar en una película.

    En contra: aunque sea mínimamente, los intentos de convertir este poema visual en una crónica del momento, es decir, Ben Kingsley interpretando a Jack Warner o Lauren Gallagher a Natalie Wood.

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