¡Tremenda bufonada! donde está claro el bufón, no tanto la gracia.
"Señora Mortdecai, soy un hombre de pocas palabras...", y se ha pasado toda la película sin parar de hablar, para no decir nada interesante que valga la pena escuchar, más allá de revivir el explotado espíritu, fanfarrón y bromista, de Jack Sparrow sin don, gusto ni encanto donde, al corte de pelo y tinte maltrecho, se le añade un cuestionado bigote que, menos a ellos, ¿a quién le importa?
Por el cartel, la sinopsis y el tráiler sabes que vas a ver una comedia estrafalaria, de exageración obvia y gesticulación desproporcionada, donde todo se encara desde el despropósito y la desfachatez pero, no esperas encontrar un esperpéntico mix de la esencia de "La pantera Rosa" con imitación ridícula de un pelele Jacques Clouseau sin chispa, logro ni empeño, constantemente de pataleta, y un más esmerado Portón, el único digno representante que se salva, a quien unimos un reflejo de la superagente 99, de rubia estilizada y elegantes vestiduras, y la andadura dinámica, estructural y estética de "El gran hotel de Budapest", le damos a la batidora -pues la simple coctelera no servirá dado el mejunje de la mezcla-, y zumo de potaje infumable con aspecto de queso apetitoso, aunque rancio, de mala digestión que se olvida de su principal función: divertir, hacer reír y crear un espacio/tiempo de entretenimiento placentero y grato.
Johnny Depp actúa para él, se conoce al dedillo la caricatura de sus últimos repetitivos personajes, de modo que ¡unos más al cajón y hagamos sitio!, que con la racha que lleva y sus insinuaciones manifiestas, no creo que para aquí su juerga personal de actuar con desmadre propio para el sólo y que los demás busquen distracción y pasatiempo ¡dónde puedan!, acompañada de una Gwyneth Paltrow especializada en el papel de esposa firme y cabal que debe velar por controlar las locuras y torpezas de su inútil marido y, Ewan McGregor de triste, bobalicón y mísero inspector a recoger las mijagas que no sean acaparadas y devoradas por el dueto y, de todos, quédate con Paul Bettany que no pretende ir de lo que no es, ni presumir de lo que carece, ni montar un circense teatro de payasos desafortunados y malabarismos sin fruto, beneficio ni gloria que llevarse al bolsillo.
Si te tienes que preguntar si tiene talento e ingenio lo que estás viendo, te aseguro que no lo tiene; si te auto cuestionas indagando si es perspicaz y divertido, entonces es claramente opaco; si te interrogas continuamente sobre dónde está la juerga, picardía y humor, no es que algo se te escapa, es que simplemente nunca existió porque, hacer llorar a un niño es fácil, emocionar a un adulto sencillo, hacer reír a ambos harto difícil y, en esta ocasión, ni una mueca leve parecida a sonrisa surge en tu rostro por mucho que te esfuerces, indagues, le pongas ganas e ilusión.
Los elementos por separado, un loable esmero pero barruntados en su conjunto, un completo desastre, no se si Kyril Bonfiglioli y Craig Brown pensaban en esta pantomina cuando les comunicaron la intención de llevar su historia a pantalla pero, la ficción mostrada por David Koepp no tiene aliciente ni picardía ni emoción porque, llegado el momento -y no tarda mucho en aparecer- te da igual quién tenga la pintura, qué pase con ella o si se afeita el bigote, que se dejen ya de tanta tontería porque para ver cómo la juerga es reservada para el círculo privado de director e intérpretes ¡mejor ni desembolso un euro ni malgasto mi tiempo!
Humor ausente en este festín de palabras incesantes y carcajadas cero, voz en off cansina que no mejora cuando adquiere estatus de presente de indicativo y, en general, fatídico traspiés de improductiva ejecución que no se arregla por muy apetecible que sea su estética, presentación y fotografía artística pues falla, de forma garrafal, en lo más importante, la base de un guión, diálogos y gags que deben causar risa cuando lo único que captan tus oídos es verborrea constante de bla, bla, bla que ni interesa, ni apetece, ni funciona como broma inteligente.
Fácil de rodar para ellos, difícil de disfrutar para el resto, lo que empieza como curiosidad se transforma en un mirar sin observar, oír sin escuchar, nulidad de fiesta donde, sencillamente, queda presenciar el desfile suntuoso y petulante de quien se mira el ombligo y se olvida de lo demás.
Ya imagino a Mortdecai, entre descanso y descanso de rodaje, sentado en su trono, bastón en mano, en furtivo jolgorio y cachondeo, preguntando, en su tono refinado, a su fiel escudero de cartas y juego ¿nos estamos divirtiendo Jock? Si señor..., tras lo cual se oye un irónico y estridente jajajajaja de todo el reparto, ¡lo único que queda claro!