"La fortuna favorece a los audaces", audacia de tibia fortuna para un texto que se viste con excesivas capas que entorpecen, no ayudan, para llegar a su deseado corazón y sentir su esperada piel y movimiento suntuoso.
El arte de robar o el arte de volver loco a un espectador saturado de ilustraciones y apéndices informativos que van y vienen al gusto de un "Ocean´s eleven" de segunda división que no acaba de alcanzar su estilo pretendido ni saborea las mieles del éxito al que aspira.
Demasiados mareos y excesivas vueltas argumentales para un guión que sólo debe mostrar la sencillez e ingenio de la preparación de un fraude-hurto-estafa, su hábil y diestra ejecución y su avezado desenlace, abuso de rellenar los fotogramas y el tiempo con chismorreo, cuentos y una verborrea en la que sus propios personajes se pierden y eclipsan lo que debería haber sido el objetivo centro de la historia, planear-realizar-solucionar-divertirse, todo ello combinado con buena y potente acción, algunos gags irónicos, sutil comicidad espontánea, sabia combinación de los quehaceres repartidos y un toque distintivo en la picardía y gracia de cada uno de los papeles configurados, tan bien ejecutados en "The italian job" del que también se alimenta.
Un clásico grupo de ladrones de pinturas valiosas a quienes seduce el engaño y las trampas, donde encontramos al cabecilla, un añorado Kurt Rusell de fantásticos tiempos mejores al que le hacen dar demasiadas volteretas para ejercer su mando..., a la mente pensante de las ideas y estrategias, un Mat Dillon que aún conserva parte de su encanto y captación aunque excede en la venta de un glamour, gloria y elegancia que no necesitaba hipotecar ni alquilar, a un falsificador francés que aporta supuesta exquisitez y personalidad estilosa y al abuelo veterano de todo grupo que se precie, querido y estimado por su experiencia, aquí encarnado por un Terence Stamp que se ríe de si mismo como, más o menos, hacen todos sus miembros en una composición que gusta y entretiene, ameniza con ligereza válida pero a quien no le favorece esa referencia continua a éxitos previos de películas que si alcanzaron la huella e impronta que ésta deja a medio camino pues, su recuerdo no deja de ser anécdota curiosa, bonita y entrañable que no deja mayor poso ni peso profundo ni tiene más importancia que su visión cómoda y relajada.
No hay mucha sudoración nerviosa ni tensión electrizante ni pasión efervescente ni ambición estratégica ni gran locura de desmadre, un montaje de pollo más que lioso que suculento, que sitúa su acción entre Europa y Detroit para dar a entrever ese carisma internacional innecesario que se suicida el sólo ya que, el público busca la magnificecia de lo simple, la gran sencillez de lo siempre visto mil veces pero saboreado con gusto y placer a pesar de ello.
El guión necesita limpieza perceptiva de escenas sobrantes, de relleno de pavo que estorba, de locuciones torpes en su habilidad auditiva y de diálogos con fisuras que abren y plantean caminos cuya ruta atravesada no está del todo conseguida, una complicación voluntaria de la que sale medio airoso, más por tu cariño y estima hacia sus protagonistas y el intento de ambiente perseguido que por el mérito y acierto de un director que cumple y poco más.
Para complacer a la audiencia no hace falta tanto galimatías complicado ni tanto desbarajuste mental ni volteo direccional que hace más bien de tiovivo o noria descontrolada que otra cosa, la simplicidad-facilidad-claridad de saber lo que se quiere, a donde ir a por ello y como obtenerlo es gratitud apreciada y considerada con esmero, no por más rodeos, chistes y ocurrencias escénicas tienes más éxito.
Ser comedido es un valor que, en esta ocasión, no se aprecia y que se pierde, incluso, antes de tastarlo pues..., puedes probar muchos sabores, hacer combinaciones locas a gusto del ingenio del creador, dar mil giros con invenciones de todo tipo inspirador pero, aunque hay muchos tipos de refresco de cola que pueden valer para momentos alternos de distensión grata..., es indicutible que ¡Coca-cola sólo hay una!, sin apaños ni remiendos, la reina de las reinas; en la presente, estamos ante un logro aceptable de liga inferior.
Resultado gustoso y ameno aunque esquivo y desconcertante ante tanto giro de tuerca, el arte de robar el espíritu de muchos otros trabajos previos, de beber de su esencia más innata y audaz para no mejorarla ni superarla en la muestra compuesta.
La distancia más corta entre dos puntos es la línea recta, acá se les ha ido de las manos y han perdido de vista el punto, la línea y su perspectiva.