“Si quieres que respetemos la ley, hagamos que la ley sea respetable”
Con todo el respeto para el importante asunto que trata, el carácter histórico de los hechos, la contundencia de lo obtenido ¿no esperabas más intensidad e impacto?, ¿un relato más sonoro y rotundo, que emocionara con vehemencia al corazón y no dejara respirar un segundo al alma?
Sin duda sales del cine comentando lo visto, enaltecida ligeramente por ese final que acelera lo que era visión suave y comedida pero ¿suficiente ese cierre trágico para aquello que está registrado, por siempre, en la memoria de quien se moleste en leer, informarse o curiosear sobre el desarrollo del movimiento feminista y, en concreto, del duro y firme sufragismo?
“¡Por el voto feminista!”, obviedad de contenido por el que escoges y acudes a ver la película, “No queremos quebrantar leyes, queremos redactarlas”, parte del coraje discurso conocido que se espera recibir, “¿Cómo nos haremos oír?”, prevista sinopsis de interrogante a deslucir cuya respuesta no parece tan vivaz, elocuente y de marcada huella como cabría encontrar...,
..., pues el primer receso se presenta con la escasa aportación de Meryl Streep a dicho proyecto, usada más como atractivo reclamo para la taquilla que otra cosa -paradoja de uso permisivo, que aquí cobra forma de denuncia-, para continuar con ese vendido lema, grabado a fuego, “Son los hechos, y no las palabras, lo que nos dará el voto”, resolución que, como reflexiva captación sugestiva, produce un exiguo pero continuo resquemor interior que susurra, con insistencia, que la letra expresada no posee tanto vigor y fuerza como se aguarda y que los actos, sí, al final consuelan en el drama escénico que se crea pero, hasta esa última definitiva jugada como que son lentos, menores y poco cautivos de la supuesta grandeza que deben narrar en sus entrañas.
Con una magnífica caracterización y una excelsa fotografía, recrea con sabia cautela, de pasos medidos, el enorme sacrificio que tuvieron que afrontar tan valientes mujeres en su lucha contra la sociedad del momento, ese dictatorial mundo dominado por hombres que no parecían entender otra forma de diálogo que la violencia y el enfrentamiento, guerra como lenguaje forzado emprendido por Emmeline Pankhurst, sombra perpetua que domina todo el relato pero a la que apenas se saca el provecho debido pues, quien nunca halla oído hablar de ella saldrá de la cinta con la misma carencia que entraba sobre esa mujer tan mencionada en las conversaciones pero tan poco vista en escena, excepto por esa intuición que le afirme que fue personaje decisivo para lograr el voto femenino.
En conclusión generalizada reina una suavidad, comodidad y errónea calma absorbida que evita que surja esa emotividad que aflija tu pensamiento y conmocione a una esencia cuya lágrima y ternura, dolencia y comprensión se presentan, pero no con la densidad y robustez ansiada.
Endeble retrato dado todo lo que se cocía, laxa exposición de evolución cautelar, meticuloso cuidado en sus detalles perceptivos, con último sobrecogedor acto, pero visión escasa en su ardor, fogosidad y arrebato, neutra vivacidad es lo que se concluye en su consumo progresivo ya que, a tal común afirmación, de tan sometida época, “No es nada en el mundo”, respaldada por esa demoledora sentencia “Así es la ley”; contraatacada con ese contundente e imperativo “Prefiero ser rebelde a esclava” y que aún haya espacio para definir, con educación y comprensión, a tan opuestos bandos “Ambos somos soldados a nuestra manera” y..., a todo ello no le acompaña ese empuje, excitación, arrojo y determinación de quien no puede dejar de mirar la pantalla, pues su raciocinio ha sido capturado por la misma.
Sarah Gavron presenta una crónica formal, leal y correcta de un hecho en concreto como ejemplo de la agónica y sufrida batalla que tuvo lugar por obtener esos derechos de los que hoy, gracias a ellas, todas las mujeres disfrutamos pero sabe a corta y privativa manifestación pública, las sensaciones no se enaltecen, ni hay grave impronta en una razón y emotividad que escucha atenta pero no se intimida ni enmudece ante lo ofrecido.
Brillante Carey Mulligan, una actuación sensible, dura y electrizante, la historia debe contarse, merece su sitio en la gran pantalla pero su guión adolece del prestigio requerido, de la celebridad merecida, resulta insuficiente dada la notoriedad e importancia del movimiento sufragista; es evidente la falta de precisión y redondez de la guionista y de la directora, quienes ponen mucha voluntad y mérito en su trabajo pero logran un filme modesto y sencillo, necesario y válido pero no la escrupulosa obra maestra que merece el referido movimiento; dicha cinta todavía está pendiente de venir y ser rodada.
No hay galones para la presente, sólo una mención especial de recatado interés.
Lo mejor; la interpretación de su protagonista, su fotografía y el sugerente motivo del tema.
Lo peor; se conforma con una lectura ligera de lo que fue una cruel y feroz guerra.
Nota 6