Un hijo adoptivo de acicate poco creativo.
Estoy decepcionada, fría, abatida y ¡no sabes la ilusión con la que acudí a visionar la presente cinta!, la esperanza de ver renacer el espíritu de Rocky Balboa en toda su magnitud y potencia, o al menos en válida semejanza que hiciera volver a los dorados años 80, a la devoción por tan magnífico hallazgo.
Y ¿qué tenemos aquí?, ¿ofertado a todo bombo y platillo?, una bomba maquillada que no explota, ni arde ni inflama pues apenas coge fuerza, calor o auge, carisma o envergadura sólida.
Rocky conquistó el mundo, su leyenda sigue aún con vigor y estima en las almas de aquellos que tuvimos el placer de descubrirle, por primera vez, en su portentoso estreno, no ha bajado ningún escalafón su recuerdo, su subida por las escaleras del museo de arte contemporáneo de Filadelfia, para alzar los brazos en lo alto, con la música de Bill Conti “Gonna fly now” de fondo, es uno de los indiscutibles mejores momentos escénicos del cine de todos los tiempos, dan ganas de correr, aventurarse y atrapar su ánimo y coraje para que te abrace y no te suelte durante todo lo que se pueda, te hace creer en lo imposible, en poder volar y llegar a lo más alto...
..., a cambio, hoy se oferta una común historia, medianamente estimulante y apetitosa, que no eleva ni acelera corazones; su visión es templada, común, ordinaria excepto por esa querida presencia de esa mito que enturbia a un joven aspirante que no seduce ni deslumbra todo lo que debería, únicamente transita por los esperados espacios y pasos para conformar una minúscula pieza al lado de ese soberbio relato que represente su llamado, cordialmente, tío, no familiar pero si amado, pues “estás atrapado en su sombra”, y no logras desprenderte de ella.
“Así que si yo peleo, tú peleas”; él peleó, la cuestión es, Creed ¿tú por quién peleas?, ¿por quién luchas?, ¿cuál es tu martirio?, “¿cuál fue su nombre?”, nunca olvidado tan espectacular combate campeón-aspirante, ¿acaso se rememora en la memoria tan lustroso acontecimiento?, o ¿se nombra y desfilan sus combativas imágenes sin más motivación que colocar su apellido más allá del cartel publicitario?
Se asemejan instantes, recorrido y propósito, Silvester Stallone está indiscutible en su maduro, conformado y sereno envejecer, los golpes, puños y peleas dignas de la categoría que representa, Michael B. Jordan se entrega a tope, el guión luce como cualquier otro dentro de su categoría, la historia es lícita, todos los ingredientes son correctos y han sido patrocinados con esmero y amplitud de ámbito, entonces ¿por qué me siento defraudada?, ¿porque esperaba al Rocky anhelado y no una película más sobre boxeo?, buena, sin duda, pero que no traslada ni difunde ¡la esencia del nombre que lleva en portada!
Ahora ya está, misterio resuelto pero, su descubrimiento me deja desencantada, carente, abstraída, lejos del deseado encuentro soñado, la convergencia deja la ingrata sensación de no estar a la altura ni ser lo ansiado.
Todos parecen contentos, satisfechos con lo presentado; para la titular escribiente, se presentan y separan dos antagónicas cuestiones: como cinta de boxeo..., oportuna y meritoria, al añadir la gloria del célebre Rocky como base de partida..., insatisfactoria.
“¿Probar qué?” “Que no soy un error”, aunque tampoco el gran acierto anhelado.
Creed, una película de boxeo... sí; Creed, la leyenda de Rocky..., ¡qué más quisieran!
Lo mejor; Silvestre Stallone y su entrañable e inolvidable Rocky Balboa
Lo peor; el interior sustancioso de la misma no está a la altura de tan magnífico nombre.
Nota 5,9