Regresos y despedidas
por Quim CasasEl árbol magnético es una película de reencuentros en el sentido amplio del término: un joven regresa a su país de origen, Chile, después de varios años de ausencia instalado en España, y allí reencuentra a varios familiares (tíos, primos y abuela), a la vez que vuelve al árbol magnético, algo así como el centro de todas las cosas, un lugar para escaparse o para fantasear, un sitio mítico en el que pueden producirse extraños fenómenos magnéticos o, simplemente, uno puede aislarse del mundo y dejar volar la imaginación.
La debutante realizadora gallega Isabel Ayguavives incrusta a su protagonista, encarnado por Andrés Gertrudix, en este paisaje físico y emocional que tanto puede ser cercano como remoto: las largas ausencias y los reencuentros siempre tienen un poso de inquietud por lo que se ha dejado atrás y no puede retomarse o, simplemente, porque los tiempos y las cosas han cambiado mucho o poco durante esa larga ausencia. No hay reunión sin despedida, así que los personajes se reúnen en torno a un asado para despedir la casa familiar que se ha puesto en venta, y como ya contó muy bien Olivier Assayas en Las horas del verano, no existe nada mejor para expresar la nostalgia, la melancolía, el desarraigo, la ruptura o el peso del pasado que una casa en la que se han compartido tantas cosas y que ahora ya no nos pertenece en absoluto.
De todo ello habla con cierta templanza El árbol magnético, un filme correcto al que le cuesta ponerse en marcha –los primeros veinte minutos son más de deriva que de situación– y al que le falta algo de tensión, alguna sacudida dramática que vaya más allá de los reencuentros individuales (con la prima Nelita, por ejemplo) y de la rememoración, siempre a través de las conversaciones, de las cosas vividas y nunca olvidadas.
A favor: Que el reencuentro sea creíble en todos los sentidos.
En contra: La ausencia de verdadera tensión dramática en muchos momentos.