Charlie Kaufman (¿Cómo ser John Malkovich?", "El Ladrón de Orquídeas", "Olvídate de Mí", "Synecdoche, New York") ha regresado al cine haciendo su primera incursión en el cine de animación mediante una joyita en stop-motion que lleva por nombre "Anomalisa" y que, además del enorme talento de su director, que se ha llevado en el Festival de Venecia el Gran Premio del Jurado, demuestra - una vez más para quien aún se empeña en negarlo - que la animación es una técnica tan válida y respetable como la filmación de imagen real para hacer cine para adultos.
Basada sobre una obra de teatro firmada por el director bajo el pseudónimo Francis Fregoli, "Anomalisa" ha sido llevada al cine por los productores del estudio especializado en stop-motion Starburns Industries - Dan Harmon y Dino Stamatopoulos -, que habían adquirido los derechos sobre la obra, con el respaldo de una campaña de financiación en Kickstarter, a fin de huir de las restricciones impuestas por el sistema de Hollywood y poder ser totalmente fieles a la obra de Kaufman. El realizador contaría con el apoyo en la dirección de animación de Duke Johnson (director de las series Moral Orel y Frankenhole), habitual colaborador de Starburns Industries.
"Anomalisa" cuenta la tragicómica historia de Michael Stone, un exitoso coacher de los negocios que se dedica a dar conferencias aquí y allá sobre técnicas de comunicación y atención al cliente, pero que en lo personal sufre una existencia anodina como resultado de su incapacidad para conectar con las personas que le rodean y mucho menos para establecer cualquier relación estable satisfactoria. En su mundo, todas las personas comparten facciones similares y emiten la misma voz, masculina y monocorde, sean hombres, mujeres o niños; hasta que en el gris hotel de Cincinnati, donde pasa la noche para afrontar su próxima conferencia (que se llama Fregoli, como el nombre del síndrome psiquiátrico bajo el cual todas las personas son percibidas como poseedoras de una única identidad), una mujer, Lisa, sobresale como una anomalía entre todos los demás, haciendo que Michael redescubra de nuevo el amor.
Siendo una de las películas menos fantásticas y enrevesadas del conocido guionista y realizador, no faltan en ella los recursos al mundo onírico que le caracterizan y a los sucesos extraños, entre los cuales la escena en que el director y todo el personal del hotel le declaran su amor al protagonista y este huye, perdiendo su rostro por el camino. Sea como fuere, el director consigue explicar de forma maestra que el modo en que el ser humano desarrolla sus relaciones no es muy diferente de las técnicas que se aplican para tener contento a un cliente: se trata al fin y al cabo de ponerse una careta para representar un papel capaz de agradar y/o enamorar al otro (en este sentido es acertadísimo el recurso que utilizan Kaufman y Duke Johnson consistente en no ocultar las líneas de corte de las máscaras de expresión de los muñecos animados de la película, lo que pone precisamente de relieve el carácter artificioso de nuestras expresiones y actitudes). El problema es que cuando uno conoce al detalle el truco, como lo hace el experto Michael Stone, el juego pierde interés y las personas se convierten en algo anodino, arrastrando al sujeto hacia una vida de relaciones fracasadas y pasajeras donde tan solo los amores fugaces son capaces de salvarle de su asfixiante soledad... ¿o es que el protagonista es como un cliente egoísta e imposible de satisfacer, por muy sincera y cándida que sea la vendedora?
La colaboración de Duke Johnson ha sido esencial para convertir la animación stop-motion en todo un espectáculo visual que discurre con profesionalidad máxima hasta extremos de marcado realismo, representando los muñecos los comportamientos más corrientes de la vida: quizás nunca antes el hecho de tomar una ducha y miccionar, o de hacer el amor, había sido expresado en animación con tanta cercanía. Superado queda el extraño realismo de la supermarionation: los muñecos de "Anomalisa" se mueven y actúan creíblemente como humanos, al igual que nosotros funcionamos como marionetas.