Una buena acción, para hallar el camino de la redención.
Enmudece lo narrado, atormenta lo recorrido, conmociona las interpretaciones de ambos, un doloroso conjunto para un drama incisivo, humano y desgarrador de dos personas con un pasado tormentoso, que se encuentran para sobrevivir y ayudarse mutuamente.
Sin saber en quién confiar, la adicción y dureza de la calle ayudan a mitigar la pena del alma, ese castigo merecido por el cual uno se abandona y lesiona, en un intento por anular el recuerdo de lo hecho y vivido.
“Solía ser una persona” y nos cruzamos con ellos a diario, pidiendo en las plazas, durmiendo en los cajeros, rebuscando en la basura..., con tristes y agónicas historias como equipaje, con ese anonimato de nombre que les convierte en invisibles, para así poder mirar a otro lado.
Pero Paul Bettany escoge no hacerlo, decide narrar las vicisitudes, amarguras y experiencias de dos seres que se unen en apoyo y confianza compartida, que son el pilar sólido del otro cuando la debilidad acecha y que subsisten a las gélidas calles neoyorquinas, mucho mejor que a tratar con la congelada mirada y despreciable aptitud de los transeúntes que las recorren.
Para ello cuenta con una fantástica e hipnótica Jennifer Connelly y un firme Anthony Mackie, ambos espléndidos y veraces en sus interpretaciones, magistrales catalizadores de esas emociones que cautivan a la audiencia en su angustia y dificultades, y cuyo atrape permite absorber, con devota sensibilidad y tirante curiosidad, todo el exhibido arte que ambos manejan.
Un guión emotivo, para personajes frágiles que caminan por la cuerda floja de una incesante y tentadora recaída, que han perdido el cómo vivir en el mundo, que han extraviado el respeto por si mismos; enorme humanidad, rodeada de continuo desprecio y de burocracia estúpida, para una tierna y absorbente pareja que crea su propio refugio.
Poco a poco, sin soltarte y con afligido interrogante, te guía por el contenido de una novela sensible, dura y melancólica que nada contra corriente, a pesar de todo el esfuerzo y buena voluntad que ponen.
“Nunca juzgues un libro por su cubierta”, y es por ello que el relato se adentra suave, imperturbable y de forma resistente en mostrar las vidas de dos sin hogar, que se refuerzan con el valor, martirio y carisma de lo revelado y entregado; emociones a flor de piel, cuya intensidad va por tramos, para interpretaciones serenas y profundas, que son la clave de tu absorción y enamoramiento de la cinta.
Dos partes, en la primera sostiene él a la pareja, en la segunda será su recuperada mujer quien vele por su amado compañero porque, para lo bueno y lo malo, en la salud y en la enfermedad y hasta que la muerte les separe, marido y mujer son, con o sin anillo.
Evolucionas al tiempo que lo hacen ellos, sufres de ambivalencia por ese inesperado corte, salto y continuo; dueto superviviente a la calle, con tragedia anímica sobre sus hombros y propósito de enmienda gracias a la unidad que forman; el gran acierto de Bettany es la elección decisiva y acertada de los actores, la historia sensibiliza y encariña aunque, también es cierto que hubiera valido cualquier tragedia escogida en manos de esta acoplada pareja, que logra empatices, te involucres y te dejes abrazar y arrastrar por su drama.
El lapsus para establecer cambio de papeles turbia y exige adaptación a la nueva ruta, la cual, una vez en marcha, cuenta con el mismo motor y gasolina que su previa; redención para unos seres que nunca dejaron de serlo, aunque las atrocidades y arrepentimientos, vergüenza y culpa les hiciera olvidarlo.
“Para la pareja que vivió fuera de mi edificio”, y que sirvió de inspiración para idear una historia, la cual podría haber sido la de sus vidas; de la cruda realidad al rodaje para la gran pantalla, a través de la imaginación de un actor metido a escritor y director, que encara con buena actitud este novel registro.
Lo mejor; su dúo protagonista.
Lo peor; el desestabilizador corte, para cambio de designio.
Nota 6,3